“Desde julio del año pasado comencé a formar parte del equipo de Médicos Sin Fronteras que cada semana visita diferentes comunidades de Tierra Caliente en mi estado natal, Michoacán. Mis compañeros y yo brindamos asistencia médica, de salud mental, trabajo social y promoción de la salud en poblaciones donde la violencia y los enfrentamientos que mantienen diferentes actores armados, además de aumentar el número de asesinatos en el país, también ocasiona el desplazamiento, el confinamiento y provoca afectaciones en la salud física y mental de cientos de mujeres, hombres, niños y niñas cuyo acceso a servicios de salud es limitado.
Recuerdo que cuando llegué al proyecto, después de haber estado enfocándonos en la atención y la prevención de la pandemia, me di cuenta de que parecía que en estas comunidades no hubiese llegado el COVID. Las fronteras invisibles han hecho casi imposible el paso y han dejado a algunas comunidades totalmente aisladas del mundo exterior. Es como si al traspasar esas imperceptibles líneas el mundo cambiara. Pronto dejé de sorprenderme porque las personas no llevaban cubrebocas y comencé a enfocar mi atención en los impactos de bala en las casas y en las miradas curiosas de las pocas personas que aún quedan en algunos lugares.
Como enfermera soy la primera persona del equipo que habla con los pacientes sobre sus malestares y detecta cuál es su necesidad médica más urgente. Al hablar de cómo se sienten, muchas veces no pueden evitar comenzar a llorar. Aunque no soy la psicóloga del equipo, los escucho. Estos son algunos fragmentos de historias que me han contado en la sala de espera mientras esperan a ser atendidos.
En Peña Colorada, un señor que venía a consulta médica me contó que hace 5 años el crimen organizado quemó su casa porque tenía un apellido similar a uno de los líderes del grupo contrario.
En otra ocasión, cuando estaba brindando atención médica, una señora se me acercó y me pidió una jeringa para inyectarse insulina, ya que llevaba un mes usando la misma porque no puede salir de la comunidad y comprarse nuevas jeringas y medicamentos, debido a que la frontera invisible hace imposible el paso.
En Tepalcatepec, a un chico le cayó un dron con explosivos en su casa cuando salió a darle de comer a sus vacas. Estaba muy afectado y lo referí a consulta psicológica.
En esa misma comunidad, un adulto joven que requería atención médica me contó que a su suegra la mató una bala perdida mientras tomaba una siesta en la tarde.
Ahí mismo, cuando nos disponíamos a dar por concluidas las consultas médicas, como a las ocho de la noche, se suscitó una emergencia. Llegaron a nuestros consultorios algunas personas que acababan de ser desplazadas de sus hogares. Una señora se nos acercó, iba acompañada de dos adultos mayores, nos contó que tuvieron que evacuar su casa porque empezaron a caerles drones explosivos. La señora tuvo que dejarlos con nosotros para que les diéramos atención médica y psicológica mientras ella regresaba a su casa por los demás miembros de su familia.
En Taixtán, una pequeña comunidad de la zona, un señor que esperaba a que su esposa saliera de consulta de salud mental me dijo que a su vecina otro dron mató a sus chivos, su única fuente de ingresos. Ella vivía sola.
Más tarde, una adolescente de 14 años me contó como su hermana tuvo que ir por ella a la escuela por que iba a empezar una balacera y el único lugar con paredes de cemento en su casa era un pequeño baño donde se refugió con los otros cinco miembros de su familia durante 24 horas.
En Villa Victoria, un señor se acercó a preguntarme si es normal que sienta que le escurre sangre por la cabeza. Tratando de indagar un poco más en su historia clínica me cuenta que en una balacera una bala se coló dentro de su casa y le pasó por un lado de la cabeza y, en consecuencia, comenzó a sentir eso. Necesita atención de salud mental.
Desde entonces, los enfrentamientos que mantienen los grupos armados no han cesado, incluso en algunas zonas la situación se ha intensificado. Aquí la pandemia es otra”.