En octubre de 2021, los enfrentamientos públicos en Twitter entre el millonario estadounidense Elon Musk y el director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (WFP), David Beasly, reavivaron el debate sobre las posibles soluciones al hambre mundial.
Es necesario aclarar algunos términos:
Erradicar el hambre significaría garantizar que todas las personas del planeta, en todos los momentos y lugares, puedan recibir alimentos en cantidad y calidad suficientes.
Por otro lado, los seis mil millones de dólares a los que se refirió el WFP, se usarían para brindar ayuda alimentaria de emergencia en los próximos meses a unas 42 millones de personas que viven en contextos de crisis extremadamente grave en lugares como Afganistán, Madagascar, África del este y el Sahel. En estas situaciones de inseguridad alimentaria extrema, en las que los equipos de MSF también están movilizados, las primeras víctimas de las formas agudas de desnutrición son las niñas y los niños pequeños. Estos pocos miles de millones de dólares les salvarían la vida a muchos de estos niños y niñas, lo que sería suficiente para justificar la generosidad del Sr. Musk.
Además de estas crisis agudas, una falta prolongada de nutrición adecuada en cantidad y calidad suficientes también causa formas crónicas de desnutrición, lo que ocasiona retraso del crecimiento, enfermedades y discapacidades —a menudo irreversibles— que, a su vez, generan falta de productividad y pobreza. En 2015, se calculó que aproximadamente un 45% de los niños y las niñas en países de bajos recursos presentaban desnutrición aguda o crónica.
En el Sahel, por ejemplo, el círculo vicioso de brotes de enfermedades infecciosas —como la malaria— combinado con desnutrición sigue ocasionando la muerte de decenas de miles de niñas y niños muy pequeños. La dificultad para recibir una nutrición y atención adecuadas termina en “emergencias crónicas” con picos según la temporada, durante los que millones de niños y niñas requieren tratamiento para formas graves de desnutrición. Estos picos generan olas de hospitalizaciones que requieren grandes capacidades de atención de emergencia, así como la provisión de servicios de cuidados intensivos. Esto desestabiliza a los sistemas de salud, que ya sufren de una falta de recursos y del agotamiento, tanto físico como psicológico, de los trabajadores de atención médica. A estos problemas estructurales se les suma que algunos de los países de la región también han tenido que lidiar con una reducción drástica de la financiación en los últimos años, junto con el impacto de la pandemia de COVID-19 y una inseguridad cada vez mayor.
En los últimos 20 años, se ha logrado un enorme avance en el tratamiento de la desnutrición. El desarrollo de nuevos protocolos a mediados de los años 2000 permitió que millones de niños y niñas en el Sahel recibieran tratamiento, lo que dirigió la atención a un problema que anteriormente había estado oculto por la falta de acceso a la atención. Desde entonces, gracias a los grandes esfuerzos de investigación, entendemos mejor las causas y los mecanismos de la desnutrición infantil. Además, se han realizado avances importantes en la prevención y el tratamiento de las principales enfermedades de la infancia que afectan a las niñas y los niños pequeños, gracias a la presentación de nuevas vacunas y estrategias de prevención de la malaria que han reducido significativamente la mortalidad infantil.
Sin embargo, la mayoría de los programas de atención médica de esta región se siguen enfocando en el tratamiento de niños y niñas que ya están en una etapa de desnutrición extrema, en la que muchos de ellos se enfrentan a un riesgo alto de morir.
Aun así, en la actualidad hay consenso científico sobre la importancia de asegurar el acceso a nutrición de calidad durante los 1000 días que van desde la concepción hasta el segundo cumpleaños del niño, primero en la mujer embarazada y, luego, en el bebé una vez que finaliza la lactancia exclusiva, en particular a través de la distribución de alimentos específicos. De hecho, los estudios han demostrado que la provisión de alimentos nutritivos suplementarios diseñados para proporcionar minerales, vitaminas, lípidos y proteína a niños de entre 6 y 24 meses reduce significativamente la mortalidad y previene las formas de desnutrición aguda y crónica. Este enfoque es aún más eficaz cuando se combina con medidas de prevención (como la vacunación y el acceso a agua potable) y la atención curativa (el tratamiento temprano de las principales enfermedades de la infancia: la malaria, la neumonía, la diarrea, etc.). En un círculo virtuoso, la distribución de estos suplementos alienta a las familias a visitar centros de salud y, de este modo, se facilita que reciban otros servicios de salud, como la vacunación.
El Sr. Musk tiene razón en plantear el problema de la financiación. Por ejemplo, se ha calculado que todas las medidas que se mencionan arriba costarían tan solo un poco más de $100 por año por niño. Sin embargo, este esfuerzo preventivo es una excelente inversión, porque significaría beneficios, no solo a los niños y sus familias, sino también a los sistemas de salud y a los países en general.
Estas no son soluciones milagrosas, sino maneras muy prometedoras de avanzar, que requerirían más investigación para definirlas con más precisión. MSF está preparada para continuar con esta reflexión con donantes, autoridades políticas y otros actores humanitarios.
Muchos donantes públicos y privados ya se han comprometido a financiar la lucha contra la desnutrición; entre los anuncios recientes se incluyen los de Bill and Melissa Gates Foundation y los del gobierno de los EE.UU., por ejemplo. Esperamos que con esto se logren compromisos que traigan aparejado un cambio real de paradigma en esta área: solo podemos esperar ganar la batalla contra la desnutrición con financiación sustancial canalizada en estrategias basadas en investigación médica sólida y respaldada por un fuerte compromiso político, no con tuits simplistas y escépticos.