Soy María Rodríguez Rado, médica infectóloga uruguaya y parte del equipo de MSF desde 2004.
A principio de 2020 había regresado a Uruguay después de trabajar en una epidemia de cólera en Camerún, cuando empecé a escuchar sobre un nuevo virus que avanzaba globalmente. Mientras aprovechaba mi tiempo libre para investigar desde casa, me llamaron y propusieron ser responsable del proyecto de emergencia COVID-19 de MSF en México.
Desde Uruguay parecía fácil llegar a México pero no fue tan simple. En abril las conexiones aéreas en Latinoamérica estaban cerradas y tuve que viajar vía Europa.
Durante el viaje ví muy poca gente en aviones y aeropuertos. La mayoría de los vuelos se cancelaban, comencé a cruzarme con gente “vestida como astronauta”. Todo me hizo dimensionar la gravedad de la situación.
Decidimos intervenir en Tijuana, ciudad del Estado de Baja California. Allí se recibe población migrante que viaja hacia el norte, con dificultad en el acceso al sistema de salud. Allí, desde el inicio de la pandemia, se registraban los peores indicadores epidemiológicos, con una mortalidad de 20% por COVID-19. MSF ya tenía contactos en la zona, contábamos con el plus de conocer el lugar.
Transformamos una cancha de básquet en un centro de tratamiento COVID-19. Realizamos este trabajo junto a la Secretaría de Salud local y a otra organización de la sociedad civil. Trabajaron allí más de 100 personas en enfermería, medicina, psicología y logística, entre otras áreas.
Logramos descongestionar el Hospital General de Tijuana. Estaba saturado de pacientes afectados por COVID-19 y con escasez de personal, porque gran cantidad se había infectado.
Mi trabajo se enfocó en dos áreas especialmente: coordinar la preparación del equipo desde el punto de vista médico, logístico y de control de infecciones a nivel hospitalario. También de realizar las negociaciones necesarias con instituciones de gobierno local y de la sociedad civil, para llevar adelante el proyecto.
Fue de vital importancia hacer todo lo posible para conseguir los insumos médicos necesarios de forma rápida. A pesar de estar cerradas las importaciones, pudimos abastecernos gracias a proveedores locales.
Me preocupaba principalmente que el equipo se mantuviera sano, libre de un brote, para evitar suspender las actividades. Implementamos capacitaciones y medidas de prevención considerando nuestro comportamiento en el hospital pero también en el hotel donde vivíamos, prestando atención a los protocolos de higiene en la alimentación, lavandería y en los traslados. De esta forma, logramos no tener que parar nunca nuestra intervención.
Mi jornada arrancaba a las 6.30am y terminaba cerca de las 10pm, con el reporte final del día. Así fueron los dos meses en Tijuana. Realmente el ritmo era intenso, pero la magnitud de la crisis lo requería. Los días de descanso intentábamos dormir bien y contactar con nuestras familias y amigos a distancia.
Una de las cosas más gratificantes era leer los mensajes que nos dejaba cada paciente dado de alta en un panel a la salida del hospital.
¡Tuvimos que cambiarlo tres veces por la cantidad de personas recuperadas! Al irnos, lo entregamos como reconocimiento al personal del Hospital General de Tijuana.