«¡Vuelvan a visitarnos!» De pie, junto a la pila en la que ha colocado sus pertenencias más valiosas, Benoit Misago se despide del equipo de especialistas que ha pasado los últimos 20 minutos rociando las paredes y techos de su casa con un aerosol antimosquitos. Armados con una bombona que llevan a la espalda y con un aspersor, sonríen y hacen un gesto de despedida a Benoit con la mano. Intercambian unas palabras entre ellos, comprueban los datos en el GPS y cogen de nuevos sus bicicletas. Raudos y veloces, se dirigen hacia la próxima casa. Los insectos tratan de ocultarse, pero saben que tienen los días contados. Los pulverizadores de Médicos Sin Fronteras (MSF) son unos exterminadores implacables.
Al igual que los demás habitantes de la llanura de Kumoso, en el distrito de Kinyinya, esta es la segunda vez en dos años que uno de nuestros equipos fumiga la casa de Benoit Misago. En verano de 2019, un primer equipo vino a verle para presentarle el proyecto, explicarle los detalles y responder a todas sus preguntas.
«Acepté rápidamente que trataran mi casa», dice Benoit Misago. “En ese momento, teníamos un gran problema de malaria aquí. Los mosquitos volaban por todas partes. Los niños y los adultos estaban siempre enfermos. Había tanta gente en el hospital que a veces pasábamos todo el día allí. Afortunadamente, todo esto cambió después de su visita, así que estoy feliz de verlos de nuevo”.
Una caída del 80% en el número de casos de malaria
La malaria es una enfermedad endémica en Burundi. Cada año se producen numerosos brotes en el país y es el principal motivo de hospitalización y muerte entre los niños más pequeños, afirmaciones que serían aplicables a casi todos los países del continente africano, donde se producen más del 90 por ciento de las 400.000 muertes que causa esta enfermedad cada año. Por ello, mientras seguimos a la espera de la ansiada vacuna, la prevención sigue siendo clave, así como el uso de medicamentos antipalúdicos y la protección física contra los mosquitos, ya sea a través de mosquiteras o de mejoras en el saneamiento de las poblaciones afectadas.
La pulverización domiciliaria con insecticida de larga persistencia es una de esas técnicas de prevención. Implementado con éxito en muchas partes del mundo, consiste en aplicarlo en las paredes y techos de los edificios – casas, graneros, letrinas – para matar a los mosquitos que se posan allí. Resulta efectivo durante meses y, combinado con el uso de mosquiteras, reduce drásticamente el número de casos de malaria.
«El año pasado, la pulverización fue un elemento clave para lograr que el número de casos de malaria en esta área disminuyese en un 80%«, afirma el Dr. Hippolyte Mbomba, director del proyecto de malaria de MSF en el distrito de Kinyinya. «Pero para que sea eficaz, la fumigación debe prepararse, realizarse y repetirse de manera sumamente minuciosa, en estrecha colaboración con las autoridades y la población, y con el apoyo de especialistas. Esta técnica no se puede improvisar».
«¡Vengan y rocíen!»
Junto a las autoridades sanitarias, tardamos varios meses en preparar cada campaña de fumigación. Primero debemos seleccionar qué insecticida usar, ya que estos deben alternarse para evitar que los mosquitos desarrollen resistencias. Después, necesitamos difundir información entre las comunidades locales y animarlas a participar, planificar la logística, reclutar y formar a los equipos…
«El distrito de Kinyinya tiene más de 68.000 hogares desperdigados por todas esas colinas», prosigue el Dr. Mboma. «Para que nuestro trabajo resulte eficaz, es necesario tratar al menos el 85% de estos hogares. Se necesita una organización y una energía increíbles. Sobre todo, resulta importantísimo asegurarse de que la gente entienda lo que hacemos y por qué lo hacemos, que sientan el proyecto como algo suyo para que podamos llevarlo a cabo. Es una técnica que no conocen y por eso hay que tomarse el tiempo de explicarles bien cuáles son los beneficios que conlleva el rociar cada rincón de sus casas con estos insecticidas. La clave está en trabajar en estrecha colaboración con las autoridades locales y en contratar y formar a muchos trabajadores comunitarios para que puedan responder a todas las preguntas que les plantee la población”.
Jeanine Arakaza, supervisora de uno de los 78 equipos de fumigación que desplegamos, se muestra de acuerdo con el Dr Mboma. “El año pasado fue la primera vez que rociamos casas aquí, así que, como es lógico, nos hicieron bastantes preguntas”, afirma. “Hicimos muchas sesiones informativas y al final logramos tratar al 95% de los hogares, lo cual es un verdadero éxito”.
“Este año, todo el mundo ya está convencido de los beneficios que conllevan estas campañas, porque han visto de primera mano el impacto positivo que tuvo la anterior. Vienen hasta nosotros y nos dicen: ‘¡Vengan a rociar nuestra casa, los necesitamos, no queremos más malaria en casa!’. Es realmente alentador. Esperamos hacerlo incluso mejor que el año pasado».
Una preparación técnica y logística de vanguardia
Además de movilizar a la población local, se requiere una preparación técnica y logística de vanguardia para garantizar que la campaña sea eficaz y respetuosa con el medio ambiente.
«Tratar tantas casas requiere una gran inversión para cumplir con los estándares ambientales y la gestión de residuos«, explica el Dr. Mboma. “Esta es una de nuestras principales prioridades. Este año tenemos 468 pulverizadores subiendo y bajando por las colinas para rociar las casas, sin contar a los higienistas, jefes de equipo o trabajadores del almacén. Formar a tanta gente en cuestiones como dosificación, almacenamiento, limpieza, gestión medioambiental es un trabajo enorme, pero resulta absolutamente fundamental llevarlo a cabo».
El otro gran desafío de una campaña como esta lo encontramos a la hora de planificar cuál es la mejor manera de llegar a tantas casas en tan poco tiempo. En Kinyinya, la campaña se desarrolla en dos fases de 15 días, por lo que se tratan decenas de miles de hogares en menos de un mes.
Además de estar muy motivados y tener unas piernas muy fuertes, los equipos de fumigación cuentan con una tecnología muy valiosa que les ayuda a hacer su trabajo: un sistema de información geográfica (GIS).
«Mucho antes de que el primer pulverizador comenzara a dar pedales colina arriba y abajo, los expertos de MSF mapearon meticulosamente toda la zona«, dice el Dr. Mbomba. “Realizamos cartografía aérea a partir de imágenes satelitales procesadas durante los ‘mapatones’, y luego se cataloga cada casa, cada establo, cada baño enviando equipos a terreno equipados con dispositivos de geolocalización. De esta manera, tenemos una visión exacta del número de viviendas, de la topografía y de los caminos disponibles, lo cual nos sirve para poder planificar las intervenciones y seguir el avance que hacemos día tras día».
Para Jeanine Arakaza, las sesiones diarias para hacer seguimiento del progreso son uno de los momentos más agradables de su trabajo como supervisora. “Regresamos por la noche agotados después de la jornada de trabajo, pero luego vivimos un momento mágico”, dice. «En la pantalla grande vemos que todos los puntitos cambian de color en función de los resultados del día. Ves todo lo que ha hecho tu equipo y también lo que han hecho todos los demás equipos. Y compruebas los lugares a los que tienes que volver para lograr cubrir los objetivos. Cuando ves el fruto de tu trabajo, te olvidas por completo del cansancio del día. ¡Te proporciona la energía necesaria para continuar!»
La salud es esencial
El trabajo de Jeanine va mucho más allá de un simple cambio de color en un mapa. Y ella es consciente del importante papel que juegan todos estos equipos: “Antes de ser supervisora aquí, trabajé como enfermera en la unidad de cuidados intensivos”, explica. “He visto morir a demasiadas personas a causa de la malaria. Hay tantos casos, que un día pensé para mis adentros que tenía que pasar al lado preventivo, para ayudar a reducir la carga de trabajo en los hospitales”.
Aunque las campañas de fumigación reducen en gran medida el número de pacientes con malaria, estas no eliminan por completo la posibilidad de contraerla. La mejora en la situación es evidente, pero muchas personas siguen cayendo enfermas. Por ello, además de todas las actividades de prevención, también ofrecemos tratamiento gratuito en 14 centros de salud en todo el distrito.
«Nos cambia todo», dice Félicité, que ha llevado a uno de sus hijos a un centro de salud en Kinyinya para una consulta. “Antes, cuando enfermábamos, siempre recurríamos a la medicina tradicional o a los morabitos [maestros religiosos musulmanes], o íbamos a buscar medicamentos de contrabando. Hoy sabemos que podemos ir al hospital y que los niños recibirán un tratamiento médico adecuado y sin coste. Cuando tenemos síntomas, venimos rápido para ser tratados”.
Las pequeñas victorias importan
Reducir la malaria y proporcionar atención médica gratuita está salvando vidas, pero también está ayudando a los hogares de otras formas. “Todo el dinero que solían gastarse en recibir tratamiento, ahora lo pueden invertir en otras cosas. Por ejemplo, en comprar alimentos”, dice Jeanine Arakaza. “Esto también permite que los niños vayan a la escuela y que los padres vayan a trabajar al campo en lugar de ir constantemente al hospital. Más allá de lo que respecta a su salud, resulta muy gratificante comprobar que esto les ayuda también en su día a día«.
La lucha contra la malaria en el continente africano aún tiene un largo camino por recorrer y requiere de mayores esfuerzos para mejorar el acceso a las herramientas necesarias para prevenir, diagnosticar y tratar la enfermedad. Pero a la sombra de la abrumadora realidad que nos muestran los números también se ganan pequeñas batallas.
Finalmente, la esperanza de Jeanine de que la gente de Kinyinya estuviera aún mejor protegida que el año anterior se hizo realidad. Al finalizar la campaña, el 98 por ciento de las casas en el área habían sido tratadas, protegiendo a más de 311.000 residentes durante muchos meses. Lo estarán, como mínimo, hasta la próxima campaña de fumigación, que está programada para este verano.