Oswaldo Martínez es venezolano. Tiene 31 años y emigró a Colombia porque para él, la situación económica de Venezuela era insostenible. Con el corazón dividido, dejó su trabajo en un galpón de cebollas, para migrar y conseguir un puesto en otro país que le permitiera enviar dinero a su mujer y a sus dos niños que se quedaron en Venezuela. Llegó a Perú, no le fue bien. Luego probó suerte en Ecuador. Y tras seis meses de lucha contra el desempleo en el marco de una pandemia global y la nostalgia de tener lejos a su familia, decidió regresar a casa.
Caminó durante semanas y vivió de la solidaridad y buena voluntad de las personas que encontró a su paso. Cuando llegó a Cúcuta, tuvo que esperar algunos días hasta que finalmente logró cruzar el emblemático puente Simón Bolívar que conecta a Colombia con Venezuela. En cuanto llegó, fue sometido a una prueba diagnóstica de COVID-19, para determinar su estado de salud como parte de un sistema de prevención de propagación de la enfermedad implementado por las autoridades venezolanas para las personas que reingresan al país. Posteriormente y como dice el protocolo establecido, decidieron aislarlo en un PASI (Punto de Asistencia Social Integral), es decir, en un refugio donde es necesario cumplir con una cuarentena preventiva antes de volver a casa.
“Regresé por mis hijos. Seis meses sin familia y sin trabajo es demasiado”, dice Oswaldo, uno de los miles de venezolanos retornados a su país que, en el marco de una pandemia, debe cumplir con aislamiento preventivo.
En el estado fronterizo de Táchira, a través del cual están regresando la mayoría de migrantes, el gobierno nacional ha establecido alrededor de 28 PASI que, antes funcionaban como escuelas o centros deportivos y ahora sirven para albergar a las personas que tras someterse a una prueba rápida son agrupadas según los resultados de su examen. Una vez concluido el tiempo de cuarentena o pasada la enfermedad para quienes resultan positivos, las personas pueden finalmente continuar sus caminos de regreso.
Médicos Sin Fronteras (MSF), en conjunto con las autoridades municipales y estatales, brinda asistencia a los venezolanos que regresan a su país y se hospedan momentáneamente en estos centros de cuarentena obligatoria, especialmente el área de agua y saneamiento, para dar acceso a agua potable y prevenir enfermedades comunes. “Una de las patologías más frecuentes que el equipo médico de MSF encontraba en los PASI eran las diarreas y en este sentido, era necesario mejorar las condiciones de higiene, a través del acceso al agua potable”, explica Verónica Pérez, parte del equipo médico de MSF en Táchira.
En todo el estado, MSF ha brindado apoyo a 16 diferentes PASI a través de la instalación de sistemas de acceso de agua potable y donación de materiales para control de infecciones, pastillas para desinfección del agua y medidores de cloro residual. También a través de la construcción de duchas y bateas para la higiene personal, la reestructuración y acondicionamiento de baños, la dotación de implementos de cocina para el personal encargado de la alimentación en cada una de las estructuras, entrenamientos sobre manipulación de alimentos y medidas de higiene y finalmente, jornadas de promoción de salud para promover las normas de higiene dentro de los PASI y evitar enfermedades.
Para pasar el tiempo, Oswaldo acompaña a su amigo Jefferson Hernández mientras le corta el pelo a otros compañeros que están aislados en el mismo lugar. Jefferson tiene 23 años y es barbero, pasó dos meses caminando desde Lima, junto a su esposa y a su hijo de un año y cinco meses. Tiene otros dos hijos, pero ellos lograron pasar la frontera dos días antes y ahora deben hacer la cuarentena en dos lugares distintos. Jefferson está deseoso de poder salir para reunirse pronto con toda su familia y volver realmente a casa.
A esta fecha son miles los venezolanos que han decidido cruzar la frontera de vuelta. Ya en julio, más de 90.000 venezolanos habían retornado a su país a través de Colombia, según un reporte de Migración Colombia, entidad del gobierno de ese país encargada de los asuntos migratorios. La mayoría de ellos, lo han hecho caminando, desde diversos lugares de Sudamérica. Las historias son diversas: Cristian tiene 22 años, trabajaba como repartidor de comida y regresó a Venezuela pedaleando desde Bogotá cuando se quedó sin trabajo en el marco de la pandemia; Daniela (nombre modificado para proteger la confidencialidad de esta persona) de solo 14 años emprendió su camino de dos meses a pie para regresar a casa y reencontrarse con su madre, quien había partido unos días antes a causa de una pérdida familiar; y Deyanina de 26 años, decidió cruzar de vuelta a su país desde la fronteriza ciudad colombiana de Cúcuta, una vez que perdió su empleo como manicurista en una peluquería que cerró en medio de la actual crisis de salud.
Los tres cruzaron la frontera colombo venezolana el mismo día y, tras pasar los chequeos epidemiológicos del lado venezolano, fueron llevados al PASI Fútbol Sala, antes un complejo deportivo ubicado en San Cristóbal. Allí se conocieron y decidieron pasar juntos sus cuarentenas. Hoy se sienten prácticamente familia. Juntos se sienten más cerca de su hogar.