Llegué por primera vez a Cox’s Bazar (Bangladesh) en junio de 2017. Entonces, miles de rohingyas ya vivían en Bangladesh como consecuencia de olas anteriores de violencia selectiva y las necesidades eran enormes. Regresé como coordinador de proyecto en agosto de ese año, cuando arribaron a Bangladesh cientos de miles de personas más. Era obvio que los rohingyas huían de la violencia: durante dos semanas entre agosto y septiembre de 2017 vimos diariamente columnas de humo, muy probablemente de casas y pueblos que estaban siendo quemados en varios puntos de la frontera. En los cruces fronterizos, vimos rohingyas llegar con quemaduras, disparos, magulladuras y asfixiados por el humo.
El trauma era visible en los rostros y cuerpos de la gente.
Se instalaron en campamentos que ya estaban muy por debajo de los niveles de vida básicos y donde había muy pocas organizaciones de ayuda trabajando. Me llamó mucho la atención la falta de dignidad de la gente. Las mujeres embarazadas y los niños quedaron prácticamente abandonados, la gente defecaba a la intemperie y recibía órdenes de diferentes individuos y organizaciones. No parecían tener voz para hablar sobre lo que les sucedió.
Ahora, dos años después, hay mejores carreteras, más letrinas y puntos de agua limpia dentro y alrededor de los campamentos. Hay más sentido del orden. Pero las condiciones en los campamentos siguen siendo precarias y las grandes preguntas sobre el futuro de esta población aún no tienen respuesta.
Una de las conversaciones más reveladoras que tuve fue con una familia que conocí hace dos años. El padre me dijo recientemente: ´Muchas ONG están viendo esta crisis desde la perspectiva de los últimos dos años, pero yo la estoy viendo desde los últimos 40 años: toda mi vida. Todavía estoy tratando de demostrar mi identidad como ser humano y eso me causa un dolor y sufrimiento inmensos’. La población ha quedado completamente suspendida en el tiempo. Este statu quo es algo que no debemos aceptar.
No existe una forma legal para que los rohingyas trabajen en Bangladesh, lo que contribuye a una gran presión social y económica. La educación proporciona una hoja de ruta para que cualquier comunidad se sostenga y avance, pero a los niños rohingyas no se les permite la escolarización formal. El acceso a la atención especializada es otro gran problema: hay servicios de atención médica disponibles, pero con libertad de movimiento limitada, el nivel de atención requerido a menudo está fuera de alcance. La salud mental sigue estando estigmatizada dentro de la comunidad rohingya, como en gran parte del mundo.
En medio de toda esta incertidumbre, una cosa está clara. Este no es el momento para que la respuesta humanitaria disminuya. Hay más de 912.000 rohingyas en Bangladesh en estos momentos. Necesitamos hablar sobre lo que estamos haciendo para el futuro de esta población en Myanmar y en los países que acogen rohingyas, como Bangladesh. Y sin embargo, seguimos utilizando pensamientos cortoplacistas para abordar un problema de largo plazo. La población depende en gran medida de la ayuda y debemos preguntarnos cuánto tiempo puede durar. Si buscamos soluciones sostenibles, los rohingyas necesitan una hoja de ruta para el futuro que incluya el acceso a empleos y educación.
Cuando pienso en su futuro, mi mayor esperanza es que puedan regresar a casa de manera segura. Entretanto, espero que consigan una mayor autosuficiencia, derechos de educación, así como el reconocimiento legal que merecen.
Si estas cosas no suceden ahora, me temo que los rohingyas estarán en la misma situación en otros dos años, solo que con menos servicios disponibles. Cualquier disminución en la ayuda solo puede venir aparejada con una creciente autosuficiencia.
La historia se repite con los rohingyas y permanecen olvidados. Si esto sucediera en Australia, de donde soy oriundo, el mundo prestaría atención. Tenemos la oportunidad de hacerlo mejor por ellos. El Gobierno de Bangladesh ha sabido acogerlos, pero no son los únicos que deberían hacerse cargo. Este es un problema regional, que afecta a todos los vecinos de Myanmar, y también internacional. Tenemos que dar un paso adelante y asegurarnos de que no solo obtengan alimentos y agua, sino también un futuro.
Por Arunn Jegan, coordinador de emergencias de Médicos Sin Fronteras en Bangladesh.