Por Marta Cañas, Directora General de Médicos Sin Fronteras (MSF) en España
El genocidio de Ruanda representó lo que desde Médicos Sin Fronteras (MSF) hemos descrito como un fracaso de la humanidad. Nadie, incluidos nosotros, puede negar su responsabilidad. Fallaron muchas cosas, empezando por la comunidad internacional, que tenía medios para prever lo que podía suceder. Más que pasividad, hubo intención de bloquear, se denegó el auxilio a millones de personas.
Aparte de investigaciones en los parlamentos belga y francés, sin ningún reconocimiento de responsabilidad, no hubo ninguna comisión de investigación por parte Naciones Unidas o Estados Unidos. Desgraciadamente, la falta de responsabilidades frente a las tragedias humanitarias sigue siendo la norma.
Ruanda fue un momento clave para MSF. Fue, en varios sentidos, nuestra primera vez: nunca habíamos presenciado directamente una masacre de esta magnitud, nunca habíamos perdido a tantos colegas de golpe (cerca de 250 personas) y nunca habíamos pedido abiertamente una intervención armada.
El genocidio ruandés situó a MSF ante muchos de los dilemas que han marcado nuestra trayectoria como organización, y nos hizo comprender que, en circunstancias tan extremas, las organizaciones humanitarias no pueden proteger a la población ni a sí mismas. Lo dijimos entonces: “No se detiene un genocidio con médicos”.
También nos reafirmó en la obligación moral, so pena de ser cómplices, de denunciar la comisión de crímenes contra la Humanidad. A veces debemos sacrificar el acceso a las víctimas y denunciar, ya que podremos conseguir más con la palabra que con una acción en el terreno que es en realidad insignificante en relación a la brutalidad de lo que estamos viendo.
25 años después, la sombra de Ruanda se sigue proyectando sobre la actividad humanitaria y, desgraciadamente, no para mejor. Aquel genocidio incrementó la presión para que las organizaciones humanitarias alineen sus proyectos con objetivos políticos más amplios, y este enfoque va en detrimento de la necesaria independencia de la acción humanitaria, la devalúa, incluso la impide.
Eso tiene consecuencias muy concretas para las vidas de millones de personas atrapadas por la geopolítica mundial, y que se pueden ver privadas de atención médica esencial para salvar sus vidas, especialmente si están en el lado incorrecto del conflicto. Tanto los países donantes como los receptores de ayuda se sienten legitimados para reducir el espacio que requiere la acción humanitaria para llegar a quien la necesitan.
La triste conclusión es que si se diera hoy una situación parecida a la de Ruanda, tememos que se repetirían muchos de los errores que se cometieron hace 25 años.