Andrew McConnell: “El proyecto se compone de una serie de retratos tomados a bordo del barco Prudence de MSF durante la noche y bajo la luz de la luna. Fueron tomados en tres lugares: la zona de búsqueda y rescate cerca de las costas de Libia, el Mediterráneo Central y en el barco mientras éste estaba anclado cerca de las costas de Sicilia. Cada retrato está acompañado por un testimonio que explica las razones por las que estas personas han huido de sus hogares y arriesgado sus vidas emprendiendo este viaje.”
El personaje principal en esta serie de fotografías es el mar Mediterráneo. El mar se ve en todas las fotos, su reflejo iluminado por la luna gira y brilla dentro del marco, fusionándose de forma brillante con la persona. Está siempre presente, como un centinela voluble que decide quién pasará y quién no.
BABUCAR NJIE, 25, GAMBIA
«Hui de Gambia por las condiciones de vida en casa. Fui de Senegal a Mali, de ahí a Burkina Faso y después a Níger.
Unos traficantes nos llevaron a Algeria y de ahí nos trasladaron a una casa y nos dijeron que debíamos pagar 15.000 dalasis (la moneda de Gambia, esto equivale a unos 300 euros). Nos hicieron llamar a nuestras familias para que enviaran el dinero. Algunos de mis hermanos gambianos conocían una forma de escape, así que los seguí y logramos llegar a Tamanrasset (en Algeria). Ahí fuimos secuestrados de nuevo y tuvimos el mismo problema: querían dinero. Esta vez no tuvimos forma de escapar y mi familia tuvo que pagar.
Golpean a las personas si se niegan a llamar a sus familias. Si tus padres no pagan, te golpean y los llaman para que puedan escuchar cómo lloras. Me llevaron a Sabratha, en Libia, ese es el peor lugar de todos. Ni siquiera nos dieron agua para beber, los libios eran muy malos. A veces se iban a beber alcohol y al regresar comenzaban a golpearnos a todos.
Yo vivía en una casa de conexión junto a unas doscientas o trescientas personas. Era horrible, no había ventana y dormíamos en el suelo. Tenía que trabajar para recibir comida. Después de un tiempo mis padres me enviaron dinero para el viaje en bote. Una mañana, [los libios] me dijeron, ‘tu bote está listo’. Cuando vi que era un bote de goma pensé, ‘no voy a subirme en esto’. Pero hay personas con armas, así que simplemente te vas. No hay forma de regresar. Estábamos todos apretados, el combustible nos estaba enfermando a todos. El bote subía y bajaba, algunos lloraban. Podíamos haber muerto en cualquier momento.
Para nosotros Europa es mejor que cualquier otra cosa. Hay esperanza ahí, pero tengo un hermano menor y si quiere venir, le diré que no lo haga. Si hubiera sabido lo que tendría que soportar, me hubiera quedado en Gambia.»
OMAYMA, 21, MARRUECOS
Tenía muchos problemas con mi padre, igual que todos mis hermanos. Somos cuatro y yo estoy en el medio. Mi padre es adicto a las drogas. No nos dio dinero para ir a la escuela, así que tuvimos que salirnos. No tenía trabajo y aunque gozaba de buena salud dormía en casa todo el día, así que mi madre trabajaba como empleada doméstica para poder alimentarnos. Él solía golpear a mi mamá con un cinturón una y otra vez hasta que sangrara; llegaba a casa y nos golpeaba como todo lo que estuviera a su alcance.
Un viernes mi papá estaba borracho y me pidió que le consiguiera algo de dinero por cualquier medio que pudiera, incluso si eso implicaba que me prostituyera. Una y otra vez jaló mi cabello, me zarandeó y azotó mi cabeza contra la pared hasta que mi nariz sangraba. Las drogas lo volvían loco. Mi madre y yo estábamos bajo tal estrés que solíamos desmayarnos mucho. Cuando le dije a mi mamá que deberíamos llamar a la policía, ella se enojó y dijo que debíamos ser pacientes. Dijo que si lo reportábamos todos terminaríamos en la calle porque la casa era de él.
Cuando le dije a mi madre que quería ir a Europa se entristeció e intentó detenerme. Me preguntó cómo podía dejarla si estaba enferma y dijo que debía quedarme, encontrar un trabajo y tal vez casarme. Pero soy muy joven para casarme. Le pedí dinero para el viaje y prometí regresárselo en cuanto terminara mis estudios. “Qué haré si mueres?”, me preguntó. Le contesté que si moría, tendría que perdonarme.
Volé hacia Túnez y de ahí tomé un autobús hacia la casa de mi tío, cerca de la frontera. No podía quedarme con él porque apenas y podía alimentar a sus propios hijos, así que hablamos con personas que podían subirme a un bote para ir a Europa. El traficante me llevó a una casa en Sabratha (en las costas de Libia, a 100 kilómetros al este de la frontera con Túnez) con otras mujeres y hombres jóvenes, y nos quedamos ahí por unos meses. Golpeaban a los hombres, pero trataban bien a las chicas.
Les pagué 20.000 dírham marroquís (1,800 euros) que mi mamá le pidió a una familia para la que trabaja. Una noche vinieron con nosotros y nos dijeron que juntáramos nuestras cosas rápidamente porque era hora partir. Cuando subí al bote vi la muerte con mis propios ojos. Había 20 centímetros de agua al fondo del bote. Había muchos niños pequeños, ni siquiera podía levantar mi cabeza porque tenía náuseas por culpa del mar, vomité muchas veces.
Nos dieron chalecos salvavidas pero resultaron ser falsos. Cuando lo descubrimos, los hombres jóvenes del bote –marroquís y sirios– comenzaron a discutir y a pelear. Las mujeres y niños estaban aterrorizados de que fuéramos a naufragar. El mar es muy peligroso. Nunca volveré a subir a un bote como ese otra vez.
Le agradezco a Dios que nadie me haya agredido y que me rescataron. Seguiré estudiando. Aprenderé un nuevo lenguaje y encontraré un trabajo. Quiero ayudar a mi madre, si no lo hago será una trabajadora doméstica para siempre. Mi padre seguirá sin hacer nada. No puedo regresar a Marruecos, preferiría morir.
WESAM, 21, DARA’A, SIRIA
Durante los primeros días de la revolución mi padre fue arrestado. Nuestra familia no tenía relación alguna con las fuerzas de oposición o con el ejército. Mi padre fue arrestado y se hicieron falsas denuncias y reportes en su contra. Después lo arrestaron por segunda vez y estuvo en prisión por diez días. Ahí fue golpeado y torturado con descargas eléctricas y mucho más. La tercera vez que lo arrestaron no lo liberaron. Eso fue hace seis años, no hemos sabido nada de él desde entonces. Ni siquiera sabemos si está vivo o muerto.
Tenía 15 años cuando mi padre fue arrestado. En ese entonces los bombardeos, los tiroteos y los enfrentamientos eran una ocurrencia diaria en Siria. Una noche, mientras mi mamá y mis hermanos pequeños estaban dormidos, un misil alcanzó el techo de nuestra casa. Las casas alrededor de nosotros fueron destruidas y mi tío terminó con una herida en el pie. Murió poco después debido a las complicaciones.
Hui de Siria cuando tenía 15 para mantener a mis hermanos y a mi mamá. Fui a Libia porque mi tío estaba ahí. Primero viaje a Jordania y después a Egipto. Entré a Libia legalmente por autobús, con mi pasaporte sirio, y de ahí fui a Trípoli, en donde mi tío tenía una pizzería. En ese entonces también había una revolución en Libia. En Trípoli fui testigo de robos e incluso fui víctima de un robo y un ataque mientras trabajaba en la pizzería. Unos grupos atacaban el lugar constantemente. Entraban con sus armas, nos golpeaban y robaban el dinero. Nadie podía objetar.
Mi tío y otras personas de la pizzería fueron secuestradas, los grupos secuestraban a todos aquellos que no les daban dinero. Lo golpearon con sus armas, con látigos, y fue torturado con electricidad. Pagamos un rescate de unos 9.000 dinares libios (unos 1,000 euros). No salía mucho cuando estaba en Libia porque no confiaba en la gente. No salía en las noches porque los asaltantes y asesinos rondaban las calles. Teníamos que hacer todas nuestras actividades durante el día, ni siquiera podíamos ir al supermercado o a conseguir medicina durante la noche.
Pasé los últimos años quedándome en casa durante la noche. Cerraba la pizzería temprano e iba a casa; a la mañana siguiente hacía lo mismo y así siguieron las cosas. Muchos sirios fueron secuestrados o asaltados ahí. Mi primo Ahmed vino a Libia en 2015 para ayudar a mantener su familia. Después de que llegó decidimos ir a Europa. Ya había soportado estas condiciones durante años, ya no quería vivir en este país. Moriría en el mar o viviría en otro país. Morir en el mar era mejor que vivir en Libia. Tenía miedo, pero tenía que salir de Libia.
Le dimos dinero a unos conocidos sirios que hablaron con los encargados (los traficantes) y arreglaron el viaje. Un día recibí una llamada diciendo que las condiciones climáticas eran adecuadas, así que nos dirigimos hacia el mar. Era la 1 o las 2 de la mañana y muchas personas estaban en la costa esperando abordar el bote. Tuvimos que vadear el agua que llegaba hasta nuestras cinturas para poder abordar el bote de madera. Compré un chaleco salvavidas con mi propio dinero, me sentía mareado, enfermo y muy asustado.
Estaba muy oscuro y no podía ver bien el bote. Hasta que amaneció pude ver qué tan pequeño era y qué tan lleno de gente estaba. Vomité durante todo el viaje. Estaba muy feliz cuando vi el gran barco de rescate, gracias a Dios llegamos a salvo. En Europa, planeo aprender un idioma, estudiar y apoyar a mi familia –esto es lo más importante–, y después construir mi futuro. Me gustaría estar establecerme, despejar mi mente y sentirme seguro.
JAMIL MOLLA, BANGLADESH
En Bangladesh vivía en la pobreza, no había ninguna oportunidad. Alguien sugirió que Libia era un buen lugar para trabajar. No comprendía muy bien que había una guerra ahí, el hombre que arregló las visas y los vuelos dijo que ya todo estaba bien.
Cuando llegamos a Libia un hombre tomó todos nuestros pasaportes. Trabajé como un obrero de construcción y también en un restaurante, pero normalmente no me daban mi paga completa. Una vez fui a Misrata y un grupo nos secuestró en el camino. Me llevaron con ellos y me tuvieron seis días en un cuarto con dos hombres sudaneses y cinco bangladesís. Pagué 3.000 dinares (unos 340 euros) para poder salir. En otra ocasión, viajaba desde Trípoli y fui secuestrado otra vez junto con otros cinco bangladesíes. Estuvimos en tres edificios separados y fuimos brutalmente golpeados.
Mis amigos y yo estábamos muy asustados, sólo salíamos durante el día. Algunas veces no teníamos comida pero aún así no salíamos. Me secuestraron una tercera vez: el taxi en el que viajaba se detuvo en una calla y me llevaron a una casa. No tenía dinero, me golpearon y azotaron mi cabeza contra la pared. No podía pagar y, después de unos días, me dejaron ir.
Los problemas de dinero me volvían loco. Le debía dinero a mis amigos, mi madre y mi hermana vendieron sus joyas para ayudarme. Finalmente decidí tomar el bote, junto a un grupo, logramos encontrar un traficante. Nos tuvieron en una casa en Sabratha con 36 bangladesíes y un sudanés. Nos llevaron a la playa a la 1 am, nos formamos en una fila y un pequeño bote nos llevó a un bote de madera grande.
El bote brincaba mucho y yo estaba muy asustado, pensé, ‘moriré hoy’. Pero cuando vimos el gran barco supimos que seríamos rescatados.
JOHN, 30, NIGERIA
No tenía trabajo en Nigeria, pasé toda mi vida ahí intentando ganarme la vida. Dejé la casa de mis padres a los 19 años y durante mucho tiempo había intentado trabajar. Fue difícil, tengo una esposa y dos hijos. Aprendí a hacer instalaciones eléctricas y soy un mecánico de refrigeradores, pero sólo conseguía trabajo una vez cada tres meses. Un amigo regresó a casa desde Libia y cuando me vio me preguntó, ‘¿Sigues viviendo así? Con lo que haces podemos ir a Libia juntos y puedes ganar dinero’.
Atravesar el desierto no es cosa fácil. Éramos 25 y viajamos de Nigeria a Libia en diez días. Fue un infierno. Había cadáveres, no teníamos comida, sólo había agua.
Llegué en 2015 y al principio todo estuvo bien porque trabajaba con mi amigo. Pero había una grave guerra. Los árabes nos amenazaban, no querían pagarnos pero nos obligaban a trabajar. Si no había trabajo eléctrico me hacían trabajar con los ladrillos. Si alguien no quería trabajar eran golpeados con un tubo. Durante un año todo fue un infierno, así que decidí ir a Europa.
Tenía dinero de mi trabajo anterior, pagué 300 dinares (unos 34 euros) y trabajé con ellos [los traficantes] durante dos meses. En la mañana fuimos a la costa. Había muchas personas esperando. Cargamos el bote y lo llevamos al mar para que todos subiéramos. Las olas eran fuertes y grandes, en ese momento estaba pensando en mi vida, porque nunca había visto un mar como ese antes o experimentado algo así. Las personas estaban vomitando, yo no puedo nadar y me sentía muy débil. Salimos a las 9 de la mañana y cuando vi el barco de rescate supe que estábamos a salvo.
Durante mucho tiempo habíamos escuchado hablar sobre Europa. Sabemos que es un buen lugar en donde puedes sentir que estás en casa. Era igual de peligroso regresar por el desierto, así que decidí tomar esta oportunidad. Tomé esta decisión para salvar mi vida.
YASSIN, 23, SIRIA
Soy un sirio kurdo de Alepo, donde viví junto a mi familia hasta que la guerra llegó a nuestra calle. Todos los edificios y cosas alrededor de nosotros fueron destruidas por las bombas. Decidimos irnos a un pueblo cercano, Kafr Seghir, en donde nos quedamos por unas semanas. Después de eso, en mayo de 2013, dejé a mi familia y fui a Turquía. Intenté encontrar trabajo durante unos cuantos meses, pero la barrera de lenguaje dificulto mi vida y no pude encontrar uno, así que decidí ir a Libia. En 2013 aún había trabajos en Libia y escuché que las cosas estaban mejor ahí. Viajé a Egipto y después, por tierra, hacia la frontera con Libia.
Me quedé cuatro años en Libia trabajando como artesano, haciendo decoraciones de yeso para las casas. Los primeros dos años en Libia pude mandar dinero a mi familia. Hacía unas hermosas decoraciones y tenía un negocio prometedor, pero en 2015 comenzó la segunda revolución y desde entonces Libia ya no fue un lugar seguro. Había bombardeos indiscriminados y podías ser secuestrado mientras caminabas por la calle.
Intenté ganarme la vida viviendo en Bengasi, en Ajdabiya, y finalmente en Trípoli, pero fui secuestrado cuatro veces por hombres que me detuvieron en las carreteras o que me persiguieron en sus autos. Nunca supe exactamente quiénes fueron mis secuestradores o a qué bando pertenecían. Todos vestían ropas de milicia. Me vendaron, tomaron todo mi dinero y usaron mi teléfono para llamar a mi familia, amenazaron con matarme si no enviaban dinero. Me mantenían en cuartos oscuros durante días.
Una vez, en Bengasi, los secuestradores me golpearon hasta que mi cara se hinchó. Me acusaron de ser un miembro del Estado Islámico, me pusieron un arma en la cabeza, me interrogaron y finalmente me liberaron. No le encontraba el sentido a vivir así. No había seguridad y quería irme. Mis amigos encontraron a un traficante y le pagué 3.400 dinares libios (385 euros). Él nos tuvo un día en un departamento y después nos llevó al patio de una casa y nos tuvo ahí como animales.
Una noche a las tres de la mañana nos subieron a botes pequeños, de ahí nos trasladaron a un bote de madera y nos dijeron que nos fuéramos. Me asusté cuando vi los botes por primera vez. Le dije al hombre a cargo que quería regresar, pero dijo que era demasiado tarde y debíamos irnos. Tenían armas. Cuando subí al bote me dieron náuseas y comencé a vomitar. Estábamos en medio del mar, ¿qué haríamos si el bote se hundía? Vi la muerte frente a mis ojos hasta que fuimos rescatados por el barco de MSF seis horas después.
Intentaré ganarme la vida en Europa haciendo las artesanías que sé hacer. Espero llegar a Alemania o a Bélgica porque unos sirios kurdos que conozco están ahí. Aprenderé el lenguaje. Si Siria vuelve a ser lo que era antes podría pensar en regresar, pero hasta entonces no lo haré. Mi mayor sueño es ver otra vez a mi familia. Somos 13, siete hermanos y seis hermanas. pero ahora todos estamos en diferentes partes del mundo.
Dos de mis hermanos están en el Kurdistán iraquí, uno está en Turquía, dos están en Libia y uno sigue en Siria. Dos de mis hermanas se casaron en Turquía, dos están en la frontera de Siria con Turquía y otra sigue en Alepo. Mis otras tres hermanas están casadas pero no estoy seguro de dónde viven. No he visto a mi familia en cinco años, ¿puedes creerlo? Mi madre y mis hermanas son todo para mí, pero no hay nada que pueda hacer para reunirme con ellas. Si regreso a Siria tendré que cargar armas, matar a personas o ser asesinado. No es lo que quiero.