Historias sobre la neumonía

Campaña de vacunación en el campo de refugiados de Yida, Sudán del Sur. Yann Libessart/MSFYann Libessart/MSF

La realidad de esta enfermedad puede ser aterradora y peligrosa. Cada año se cobra la vida de casi un millón de niños.

 
Existe una vacuna para prevenir la neumonía, pero para muchos países es demasiado cara. Por este motivo, necesitamos que Pfizer y GlaxoSmithKline (GSK) bajen su precio a 5 dólares por niño (4,5 euros) para todos los países en desarrollo y para todas las organizaciones humanitarias.
 
Foto de Dra. Ilaria Moneta de MSF

 
La doctora Ilaria Moneta, pediatra italiana actualmente en una misión de MSF en República Centroafricana (RCA):
 
Uno de los casos que más me ha afectado es el de un bebé de 18 meses que padecía neumonía y desnutrición grave. Estaba muy débil cuando ingresó, pero mejoró significativamente durante los 10 días que permaneció con nosotros. Ya se sabe que no es bueno que los niños pequeños permanezcan demasiado tiempo en un hospital. Sin embargo, este se recuperó notablemente y, al final de su estancia, estaba mucho mejor. Siempre me recibía con una gran sonrisa, me agarraba la mano, tenía ganas de interactuar. Pero ayer volvió para la visita de seguimiento y me quedé preocupada. Ha perdido cinco gramos en una semana, algo nada bueno para un niño tan pequeño. Pude ver de inmediato que no estaba bien: no me reconoció, estaba triste, era como otra persona. Quería ingresarle de nuevo para tenerlo en observación, pero no pudimos. Su familia y él viven en la ciudad, al menos no tienen que viajar desde lejos para venir a vernos. Hoy no ha vuelto, así que debe estar mejor. Eso espero. 
 
Foto de JonJon

 
JonJon, 33 años, estadounidense
 
Nunca olvidaré el mes que pasé enfermo de neumonía. Todo comenzó durante un frío martes por la noche, a principios de 2010. En ese momento pensé que sólo tenía un resfriado y, para el jueves, estaba totalmente convencido de que había contraído una grave fiebre. Nunca me hubiera imaginado que para el sábado en la mañana sería admitido en la sala de urgencias del hospital local y diagnosticado con neumonía estreptocócica. 
 
Tenía fiebre muy alta, la vista borrosa y el tiempo parecía detenerse con cada respiro que tomaba mientras luchaba por llenar de aire mis pulmones. Literalmente sentía que estaba ahogándome, me sentía impotente. Mientras el doctor me recostaba para que pudiera tranquilizarme, recuerdo haber tomado aire para hacerle saber a mi madre que la amaba y que también amaba a mi familia. En verdad, pensé que moriría.
 
Desperté unos cuantos días después de un coma inducido médicamente, intubado a una máquina que respiraba por mí. Descubrí que mis pulmones estaban tan infectados que sólo 1/3 de mi pulmón derecho era capaz de almacenar oxígeno. Durante las siguientes dos semanas, fue una batalla entre la neumonía y yo.
 
Me quitaron la máquina y me dieron el alta justo antes de Nochebuena. Como estuve postrado en cama sin comer alimentos sólidos ni beber agua durante unas semanas, estaba débil y apenas podía caminar o pararme por mí mismo. Mi capacidad pulmonar era prácticamente inexistente y después de decir una oración me quedaba sin aliento, como si hubiera corrido kilómetros. De forma lenta pero segura, logré recuperarme totalmente.
 
Me siento agradecido y bendecido de haber sobrevivido a esa experiencia. Siempre digo que nunca desearía que alguien padeciera neumonía.
 
Radiografía de Garry

 
Garry, 35 años, Reino Unido (su radiografía, en la fotografía de arriba)
 
Durante aquellos dos vuelos nocturnos hacia mi hogar -de Bangladesh a Turquía, y de ahí a Londres-  sentí que algo no estaba bien. 
 
Ese mismo día, entrando a casa comprendí el porqué. Me quejé con mi esposa sobre cómo las oficinas en los países cálidos siempre eligen el nivel más frío que tiene el aire acondicionado. Siempre que estoy en un lugar así me resfrío, y esta vez traje el resfriado a casa. Pero éste era uno especial, uno bastante desagradable que no comenzó con la nariz que moquea, sino en algún lugar profundo del pecho.
 
Hice lo que normalmente hago: lo ignoré. Sin embargo, este parecía ser un resfrío de combustión lenta. Para una mejor descripción, sentía picazón en mis pulmones, como si el virus no estuviera seguro de querer crecer y salir de ahí. No estaba tosiendo, sólo estaba algo enfermo.
 
Seis días después, me senté en mi escritorio para escribir un correo electrónico.
 
Nunca olvidaré el segundo que siguió a eso porque no hay ninguna otra sensación que se le parezca. Fue como ser golpeado en la frente con una compresa de hielo y que después ese hielo se impregnara en mi piel y empezara a correr por mi sangre. Comencé a temblar incontrolablemente. Con trabajos pude subir las escaleras. Pensé, “trabajaré desde mi cama,” pero no podía enfocar mis ojos en la pantalla. Así que los cerré y, una hora después comenzó el delirio: algo sobre Bangladesh, combinado con la serie de suspenso que había visto una noche antes. Cuando pude concentrarme, mi cuerpo rogaba por agua helada. Sin embargo, el sólo hecho de pensar en bajar las escaleras, mover el bote de basura para poder llegar al refrigerador, abrirlo y servirme agua era casi inaguantable. Varios minutos después, incluyendo un descanso a mitad de las escaleras, llegué hasta el refrigerador.
 
Dos días después mandé un mensaje a uno de mis amigos médicos, le dije: “tengo tres días con fiebre, no necesito ir con mi doctor todavía, ¿verdad?» Él me contestó: “No, espera un poco más.”
 
El día siguiente fue parecido, hasta que llegó la agudísima sensación de ser apuñalado en mi costado derecho. Cada vez que tosía yo emitía un jadeo de dolor. 
 
Llamé a un Uber, cancelé todo lo demás, y me dirigí hacia el hospital. El conductor me llevó hasta allá y me deseó un buen día.
 
Lo que pasó después lo viví como si fuera un sueño. Me pusieron suero. Un hombre me empujó en una silla de ruedas hasta el departamento de rayos X. “Tienes neumonía, una muy fuerte,” dijo un doctor. Unas horas después y cuatro infusiones más tarde, me dieron una caja de antibióticos y me enviaron a casa. Todo fue impresionante. Me alegra haber estado tomando los medicamentos antes de lo que pasó después: comencé a toser sangre. Al menos ya estaba tomando algo y, unos días después, ya me sentía mucho mejor. 
 
Bromeé con mi amigo doctor, al que le envié el mensaje, le dije que había sido descuidado al decirme que no fuera a ver a mi médico. Su reacción fue algo parecida a “bueno, sigues vivo ¿no?”. Pero me pidió mis rayos X para poder verlos él mismo, en caso de que pudiera recomendar una consulta de seguimiento. Después de unos días sin saber nada de él, lo llamé.
 
“¿Viste los rayos X?”, le pregunté.
 
“Oh, sí”, me dijo. “Estás bien. Tienes pulmones muy provocativos.”
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