Danielle Perriault es doctora de Médicos Sin Fronteras (MSF) y trabaja en Haití tras el paso del huracán Matthew, atendiendo a la población que vive en zonas remotas.
“El miércoles, nuestra clínica móvil se dirigió a Lopineau, un pueblo en las montañas del sur de Haití al que solo se puede llegar en helicóptero. Al igual que en la mayoría de las localidades en Grande Anse, el huracán Matthew ha dejado un notable rastro de destrucción. Las calles están bordeadas por árboles caídos y escombros, y el valle está cubierto de troncos de árboles partidos por la mitad. Solo se mantienen en pie los restos de una fachada roja y blanca de la iglesia además del centro de salud, que sirvió como refugio para las personas del pueblo, y que sobrevivió al huracán.
La mayor parte de los equipos que llevamos son para tratar heridas abiertas infectadas, poner escayolas o vacunar contra el tétanos.
Debido a las continuas tormentas en época de lluvias los vuelos de helicópteros tienen restringido el vuelo, así que nuestro tiempo en el pueblo siempre es limitado. Incluso el trayecto a una localidad por carreteras dañadas puede durar más de dos horas solo de ida, lo que reduce el tiempo de atención a pacientes. Tenemos que trabajar lo más rápido posible. El miércoles tratamos a 58 pacientes, pero ha habido días en los que hemos atendido hasta 90 personas en solo medio día. Nuestra prioridad es el tratamiento de las heridas abiertas, las fracturas y las urgencias pediátricas.
La gente sufre lesiones y huesos rotos desde hace ya dos semanas, y no han recibido ningún tipo de atención médica. Las fracturas, ya sean simples, múltiples o abiertas, a veces se son inmovilizadas por curanderos tradicionales. Puedes imaginar el sufrimiento de las personas que no han tenido atención médica desde hacía dos semanas. Y todavía hay mucha gente a la que no hemos conseguido llegar.
Hace un par de días llegamos a un pueblo. El cura era la única persona que podía recibirnos en el centro de salud, ya que todas las enfermeras se habían marchado antes del huracán. Aquel día, mucha gente estaba esperando para recibir atención médica. Estábamos tan concentrados en poder atender a todos los pacientes que, al final, hasta le pedí al sacerdote que nos ayudara a poner un yeso en una pierna rota.
La falta de alimentos se añade al trauma que ya sufre el paciente. Hace varios días, atendí a una mujer mayor con graves quemaduras en la mano. Como no quiso ponerse una inyección para el dolor, intenté distraerla hablándole de su familia. Me contó que había perdido a sus dos hijos y ahora era la única persona que podía cuidar de sus dos nietos. Su única preocupación durante el tratamiento era la situación que le esperaba cuando saliera de la clínica: se marcharía a casa y no tendría comida para alimentar a sus nietos”.