Escuchamos la noticia del primer naufragio por la radio del barco. Nuestro primer y único deseo era acudir, tan rápido como fuera posible, a las coordenadas transmitidas por Salvamento Marítimo a través de la radio, para rescatar a todas aquellas personas que se estaban ahogando en el mar. Pero estábamos a ocho horas de distancia.
Fue realmente doloroso darnos cuenta de que no llegaríamos a tiempo; como si nos dieran un puñetazo en el estómago. Resulta devastador saber que todos los buques militares desplegados en la zona desde la cual la mayoría de las personas salen de Libia no serían suficientes para hacer frente a las enormes necesidades en materia de rescate. Buques que, por otra parte y no lo olvidemos, han sido puestos ahí para vigilar las fronteras, no para rescatar a nadie. Me da asco cuando leo en los periódicos cómo Europa centra todos sus esfuerzos en bloquear la llegada de personas que buscan seguridad, construyendo todo tipo de vallas y poniendo todo tipo de obstáculos en lugar de rescatar y ofrecer refugio.
De repente, llegó otra comunicación por radio, otra señal de socorro. Esta vez, una barcaza con 500 personas a bordo que se dirigía a Pantelleria, en Sicilia. Por radio, nos pedían que lleváramos leche para un niño de dos años. “A la madre ya no le queda nada”, nos dijeron. Yo me decía a mí mismo que en realidad lo raro sería que le quedara, después de todo lo que habrá pasado en Libia y del enorme estrés que supone la dura travesía que hacen en el mar. Estos días la OIM (Organización Internacional para las Migraciones) ha publicado cifras que dan una muestra de esa dureza: en lo que va de año, 1 de cada 22 personas que lo ha intentado, ha perdido su vida en el mar. Y ya vamos por más de 2.500.
Nos dirigimos de inmediato hacia la zona de búsqueda y rescate. Mientras navegamos, suelo pensar en todas las veces en las que he estado en un bote inflable rígido (RIB) acercándome a un barco en apuros. Se trata de un momento extremadamente delicado en una operación de rescate.
Soy mediador cultural y voy al mar con un objetivo concreto: comunicarme con las personas que están a punto de ser rescatadas.
En primer lugar, tengo que tranquilizarlas, hacerles entender que nadie les hará volver al infierno que han dejado atrás. Cuando estás en el mar, ante un bote de goma atestado de gente o frente a un barco de madera extremadamente precario, entender cuanto antes la situación de las personas que están a bordo resulta fundamental.
Es un momento muy delicado; todo tiene que hacerse con la máxima calma. Los miro a los ojos y ellos nos miran a nosotros. Están aterrados, aplastados los unos contra los otros en el barco. Siempre repito bien alto: ‘Mangan la calma, vamos a llevarlos a todos’. Es importante dejar bien claro que no se llevará a nadie de vuelta a Libia. Cuando nos acercamos, tratamos de averiguar qué idiomas se hablan a bordo: en ese momento, transmitir una sensación de seguridad para estabilizar la situación en el barco resulta fundamental. Les repito que deben mantener la calma y que no deben moverse todos hacia un mismo lado del barco. Todo esto sucede mientras nuestro bote hace un recorrido de 360 grados alrededor de su embarcación.
No puedo quitarme de la cabeza las caras de los niños, que te observan, sin decir nada, pidiendo ayuda con la mirada.
Recuerdo nítidamente un momento del último rescate: después de decirle a la gente que no se preocupara, muchos de ellos miraron al cielo y dieron gracias a Dios por nuestra presencia. Les dije en árabe ‘gracias a Dios, por fin están a salvo’ y todos me respondieron al unísono.
Más tarde, cuando me encontré con ellos a bordo de nuestro barco de rescate, todos querían darme un abrazo. Yo era la primera persona que se dirigía a ellos con amabilidad, probablemente la primera persona que había hablado con ellos desde que los contrabandistas les amenazaron y les obligaron a subir a bordo.
A todas estas personas las han tratado de manera miserable y se les ha privado durante meses o años de toda humanidad. Muchos de ellos han sufrido traumas después de haber presenciado, sin poder hacer nada, cómo agredían o asesinaban a sus seres queridos. La violencia en Libia va en aumento: cada persona rescatada con la que hablé narró casos de violencia y muerte: durante la travesía por el desierto, la detención en Libia y la travesía por mar.
A menudo, antes de dormir, me acuerdo de los niños que van en los precarios botes de goma.
Pienso en cómo, cuando llevo a mis hijos a la escuela, los instalo en las sillas especiales para niños en el coche. Y entonces pienso en una madre o un padre que va en uno de esos barcos: ¿qué les dice a sus hijos?, ¿cómo va a hacer que se sientan seguros durante esa terrible travesía en medio de la oscuridad?
El equipo de MSF a bordo del Bourbon Argos ofrece primeros auxilios psicológicos para personas rescatadas por el Bourbon Argos de MSF, que está llevando a cabo operaciones de búsqueda y rescate en el Mediterráneo central. Las personas reciben apoyo e información durante y después del rescate por parte de un equipo de mediadores culturales especializados. En lo que va de año, los barcos de MSF Dignity I, Bourbon Argos y los equipos de MSF que colaboran con SOS Méditerranée a bordo del Aquarius han asistido a 3.753 personas.