A pesar de que el número de casos y muertes relacionadas con la malaria ha ido disminuyendo continuamente en los últimos 15 años, la enfermedad sigue causando más de 400 mil muertes cada año, especialmente en África (90% de las muertes) y entre los niños (70% de las muertes) según lo indica el Reporte Mundial sobre el Paludismo 2015, de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Para mejorar la prevención, el diagnóstico, el tratamiento, limitar la propagación del parásito y abordar los desafíos que implica esta enfermedad, se requiere una combinación de múltiples estrategias.
1. El impacto del cambio climático
En 2012, 2014, y 2015, los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) observaron picos de malaria significativos en varios países del África subsahariana, incluyendo a la República Democrática del Congo (RDC), República Centroafricana (RCA), Uganda y Mali. En Yida, Sudán del Sur, por ejemplo, el número de casos de malaria tratados en las clínicas de MSF casi se triplicó entre 2014 y 2015 (de 7,500 casos a aproximadamente 20,000).
Aunque las causas de este incremento de casos son complejas y, a veces, específicas, el fenómeno de El Niño -un evento climático responsable de aumentar las temperaturas y la cantidad de lluvias-, parece cumplir un papel importante. Estas anomalías climáticas también han incrementado el número de casos de malaria en regiones en las que la enfermedad no se manifestaba.
2. Resistencia a insecticidas
Los esfuerzos para controlar a los vectores, un componente clave de las estrategias de control de la malaria, buscan reducir la exposición humana a picaduras de mosquito por medio de actividades como el uso de mosquiteros con insecticida, la aplicación de insecticidas dentro y en los alrededores de las casas, y la eliminación de las larvas de mosquito.
De acuerdo con la OMS, más de la mitad de la población de África tuvo acceso a mosquiteros durante 2014, en comparación al apenas 2% en el año 2000. Sin embargo, la resistencia de los mosquitos a los piretroides, el principal insecticida usado en los mosquiteros, va en aumento. A pesar de que la documentación en cuanto a este desarrollo sigue siendo limitada, varios países en los que MSF trabaja han reportado una disminución de la eficacia de los insecticidas. A pesar de estas observaciones, los mosquiteros tratados con productos de limitada eficacia, siguen siendo utilizados en varios países en donde la enfermedad abunda.
3. Prevención: estrategias efectivas, pero no duraderas.
En 2012, MSF organizó una de las primeras campañas de quimioprevención de malaria estacional a gran escala, en Mali y Chad. Desde entonces, la estrategia ha sido incorporada en las políticas nacionales de 13 países en el Sahel, y se espera que se beneficie a más de 15 millones de niños durante 2016.
La quimioprevención de la malaria estacional (SMC por sus siglas en inglés), se basa en la distribución preventiva de tratamientos antimaláricos durante los meses de mayor transmisión (“picos” de temporada) y ha mostrado resultados muy efectivos: hasta una reducción de un 80% en los casos de malaria simple y hasta un 70% en la disminución de casos severos.
Además, al combinar la SMC con otras actividades médicas (chequeos y tratamientos por desnutrición, o vacunación) se puede tomar ventaja de este contacto con grandes cantidades de niños para combatir diferentes causas de mortalidad infantil al mismo tiempo.
Sin embargo, esta estrategia no está pensada como una herramienta permanente en los esfuerzos para combatir la enfermedad. El impacto de estas distribuciones sigue teniendo una duración limitada.
4. La resistencia de los parásitos a medicamentos antimaláricos
Desde 2001, la OMS ha recomendado el uso de terapias combinadas basadas en la artemisina (ACT, que usa un medicamento de la medicina tradicional china) para tratar la malaria. La ACT remplaza los medicamentos anteriores, como la cloroquina y la sulfadoxina-pirimetamina, que se han vuelto ineficaces porque el parásito plasmodium, causante de la malaria, es cada vez más resistente a ellas.
El uso de estos nuevos tratamientos contribuyó significativamente a la increíble reducción del número de muertes relacionadas con la malaria en los últimos 15 años. Sin embargo, desde el año 2000, se ha documentado la resistencia del parásito a la artemisina, especialmente en el sureste de Asia y en Latinoamérica.
El uso de monoterapias (el uso de artemisina, sin combinarla con otros medicamentos), de medicamentos falsos o de mala calidad, o la interrupción del tratamiento una vez que los síntomas han desaparecido, aceleran esta resistencia. Y ya que no hay un tratamiento que remplace a la artemisina, la propagación de esta resistencia implica una amenaza significativa para la salud pública.
5. La búsqueda de una vacuna efectiva
Después de décadas de investigación infructuosa, RTS, S (Mosquirix©) es la primera vacuna contra la malaria que ha completado el desarrollo clínico. Sin embargo, su eficacia se ve especialmente limitada contra las formas severas de la enfermedad y a causa de su complicada forma de uso, que implica cuatro dosis y un periodo de espera de 18 meses entre la ingesta de la tercera y la cuarta dosis.
En octubre de 2015, el Grupo de Expertos en Asesoramiento Estratégico sobre Inmunización (SAGE) recomendó una serie de proyectos piloto a menor escala usando esta vacuna para estudiar sus condiciones de uso. MSF no ha querido participar en esta investigación, ya que considera que sería muy complicado introducir la vacuna en países pobres, especialmente teniendo en cuenta el bajo nivel de protección previsto y la limitada información disponible sobre su seguridad.
MSF sigue haciendo un llamado para desarrollar una vacuna segura, eficaz y económica que sea fácil de utilizar en países en desarrollo.
En 2015, MSF trató aproximadamente 2 millones de casos de malaria alrededor del mundo. Más de 750,000 niños se beneficiaron de la distribución de tratamientos preventivos (SMC) en Níger, Mali y Chad.