Soy neurólogo de formación. Sin embargo, durante los últimos tres años me he especializado en lesiones de emergencia. De hecho, debido a la situación actual, todos trabajamos en todo. En mi ciudad estamos viviendo situaciones muy complicadas: no tenemos suministro eléctrico continuado, y tenemos que utilizar generadores y otros medios para continuar.
La clínica comenzó a trabajar en mi ciudad hace diez años, mucho antes de que comenzara la guerra. El centro recibió el apoyo de una organización benéfica que funciona con voluntarios que cobran salarios bajos. Durante la guerra, este apoyo disminuyó de manera drástica y tratamos de conseguir ayuda donde fuese, y desde entonces este apoyo es inestable. El edificio no está en buenas condiciones, y no soportaría ni un ataque. Todo el mundo se encuentra bajo tensión y el miedo es una constante.
Algunos días tiran bombas y otros no, pero siempre hay aviones sobrevolando la zona.
El mejor hospital quirúrgico
Pasé dos días trabajando en un hospital más grande y los otros cinco días aquí. El primero está a unos 30 kilómetros de distancia y es el principal proveedor de atención técnica médica en un área de 150.000 o 200.000 personas. Un carretera horrible que atraviesa la montaña nos lleva hasta allí, un camino muy difícil para las ambulancias – y sólo existe una ambulancia en uso en nuestra ciudad, donde hay que amontonar tres o cuatro heridos a la vez. Otros medios de transporte para los pacientes son coches normales como un taxi.
El hospital donde trabajo es el más importante en el centro de la región. Tiene una capacidad quirúrgica de peso, con alrededor de 10 a 15, incluso 20, cirugías por día. Es el centro más grande en el que he trabajado en mi vida. Diversas organizaciones, como Médicos Sin Fronteras (MSF), apoyan este hospital. Incluso con este apoyo, con el tamaño y las necesidades del hospital todos los suministros se acaban rápidamente.
El día del bombardeo de la escuela
Era un día normal de trabajo en el hospital cuando de repente oímos que estaban atacando el pueblo de Birat Armanáz. Fue la primera vez que esta pequeña área experimentaba un ataque, pero fue devastador. Una escuela llena de niños se vio afectada. Por lo que entendí, gracias a mis compañeros en la zona, un avión había sobrevolado la zona alrededor de las 9:30 de la mañana y más tarde bombardeó la escuela. El director, un maestro y cinco niños murieron al instante. Otros 30 o 35 que sufrieron heridas fueron llevados a una clínica y los peores casos se enviaron a nuestro hospital.
Los que se encontraban en estado menos grave se quedaron en la clínica. Aquí recibimos unos veinte niños: dos murieron nada más llegar al hospital. El resto estaba horriblemente herido; amputaciones, quemaduras en la cara y, así, uno detrás de otro. Es difícil describirlo con palabras. Los niños se debatían entre la vida y la muerte.
Luchando para seguir con vida
El primer caso que llegó hasta nosotros fue una niña de unos 11 años. Su estómago estaba completamente abierto. Quienes le prestaron atención médica de urgencia por primera vez habían intentado cerrar su estómago con un vendaje, una protección muy básica y sin puntos de sutura. Era extraordinario que todavía estuviera viva con semejante herida, sus órganos internos estaban prácticamente fuera de su cuerpo a pesar de que el equipo de primeros auxilios había tratado de “recolocar” sus órganos a su lugar original. Inmediatamente llevamos a cabo la cirugía, y ella respondió bien durante las primeras dos horas. Esta pequeña niña tenía una voluntad increíble. Luchó, luchó y luchó para seguir con vida. Sin embargo, al final sucumbió a sus heridas. Se trataba del peor de los casos por lesiones que tratamos ese día.
Un instante después, nos trajeron a otra niña. Tenía unos 8 años de edad y sufría de lesiones en el hombro, cerca del cuello, por el que sangraba abundantemente. Había perdido mucha sangre y estaba en su último aliento. Tratamos de hacer lo que pudimos, pero tras 30 minutos de cirugía también falleció.
Entre la esperanza y la miseria
Apenas tengo tiempo para reflexionar de cómo manejamos la situación. Como personal médico, estamos acostumbrados a lidiar con estos casos. Lo que es más difícil de manejar son los aviones del cielo. Están allí de forma permanente. Es muy difícil vivir con esto.
Para mí, ese episodio fue especialmente duro. Íbamos de la esperanza a la tristeza.
Es muy difícil resumir las experiencias de años de guerra en palabras. La guerra ha impactado nuestras vidas y nuestra mentalidad y todo lo que espero es que Dios nos proporcione la capacidad suficiente para seguir adelante.