«Mi esposa y yo vivimos una vida solitaria. Nuestros vecinos le han prohibido a sus hijos jugar con los nuestros; nuestra casa es una ‘zona prohibida’ para ellos. Algunos incluso nos niegan la palabra a mí y a mi esposa.
Nos han dado de lado porque los dos somos profesionales de la salud. Yo trabajo como asistente médico en el Centro de Tratamiento de Ébola de Médicos Sin Fronteras (MSF) ELWA 3, en Paynesville, y mi esposa trabaja es matrona en el hospital John F. Kennedy.
La gente nos acusa de ser portadores de la enfermedad. Si cayésemos enfermos, me pregunto si lo celebrarían. Si nos muriéramos, es posible que estuvieran contentos de que finalmente desapareciéramos.
Los errores no están permitidos
Perdí a mi sobrina y a mi primo a causa del Ébola en julio del año pasado. Pero eso no me desanimó para ofrecerme a trabajar como voluntario con MSF y combatir el virus en Liberia, cosa que he hecho durante los últimos cinco meses.
Como asistente médico capacitado, sentí que tenía que ayudar a salvar las vidas de aquellos más vulnerables. La tarea no está siendo fácil, pero continuamos luchando.
En esta batalla, si no quieres acabar convirtiéndote en una víctima más, debes mantenerte siempre en el lado seguro y no arriesgarte. Nosotros los profesionales no estamos luchando ciegamente contra el Ébola; estamos siempre alerta y con la máxima concentración. La seguridad en la primera línea de trabajo depende del cuidado que pongas y de que sigas al pie de la letra todos los protocolos.
Los errores no están permitidos aquí. Siempre estamos recordando y repasando todas las cosas que sabemos tenemos que evitar hacer para no infectarnos.
Un castigo injusto
Mi familia entiende lo que estoy haciendo y me apoya. Aún así, algunos de nuestros vecinos y amigos no lo comprenden. Nos han condenado al ostracismo. A veces me pregunto si estoy trabajando a favor o en contra de la sociedad.
Todos los días de mi estancia en el Centro de Tratamiento de Ébola han sido desgarradores. Cada vez que un paciente sobrevive, lo celebramos con euforia, pero luego, en una fracción de segundo, ves como otro paciente con quien hablaste hace un par de horas sale del recinto envuelto en una bolsa para cadáveres.
Terminas tu día emocionalmente devastado y psicológicamente traumatizado. Y cuando regresas a casa con la esperanza de tener una conversación amable con tus vecinos y de relajar tu mente con los amigos, te encuentras con que te dan la espalda.
Lo siento como un castigo injusto. A veces, las personas para las que trabajamos no nos aprecian. Algunos lo hacen, pero aún estoy esperando a que muchos de los otros pacientes que he atendido me den las gracias por haberles ayudado a salir adelante.
Tenemos esperanza
Varios colegas han abandonado su empleo debido al estigma. Pero yo me tomo esto como un reto.
No podemos abandonar los centros de tratamiento. No habría nadie para atender a los pacientes si lo hiciéramos. Es nuestra responsabilidad.
Tenemos esperanza, nos sentimos orgullosos y, sobre todo, seguiremos siendo muy cuidadosos”.
Antes de unirse al equipo de MSF en Liberia, en agosto de 2014, Jackson K.P. Naimah trabajaba como técnico de vacunación en el Ministerio de Salud y Bienestar Social de Liberia.