Por Christopher Stokes, director general de MSF Bélgica
Esta semana, los líderes mundiales se reúnen en Ginebra para conmemorar los 60 años de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados. Sin embargo, es un aniversario que los 15,1 millones de los refugiados en el mundo tienen pocas razones para celebrar. Hoy en día, los Estados están cerrando cada vez más sus fronteras y restringiendo la asistencia que prestan a los refugiados y las personas que piden asilo.
Es esperable que los ministros y jefes de estado hablen de su firme compromiso con la convención, pero esto es falso. Con demasiada frecuencia, los gobiernos nacionales eluden o simplemente ignoran sus responsabilidades con los refugiados, lo que genera graves consecuencias médicas y humanitarias sobre aquellos que se han comprometido a proteger.
En el corazón de la Convención de Refugiados se encuentra la idea del asilo. Las políticas cada vez más restrictivas de los gobiernos – aunque no necesariamente en contravención de la legislación internacional, regional o nacional – violan el espíritu de la Convención y el significado del asilo. Al dar la espalda a los refugiados, los estados terminan jugando un rol represivo en lugar de un papel protector.
En Sudáfrica, Médicos Sin Fronteras ha sido testigo de cómo a los zimbabuenses sin pasaportes se les prohíbe la entrada en el puesto fronterizo principal, negándoles así la posibilidad de solicitar asilo. Como resultado, muchos buscan una ruta no oficial a Sudáfrica, exponiéndose a peligros múltiples desde ahogarse en el río Limpopo, al ataque de los cocodrilos, hasta ser víctimas de las pandillas criminales violentas que deambulan por las zonas fronterizas. En los primeros seis meses de 2011, el personal de MSF trató a 42 personas que habían sido violadas por miembros de pandillas mientras intentaban cruzar la frontera. Tememos que existan muchas más víctimas que no buscan nuestra ayuda.
Europa, que fue el tema central de la Convención sobre los Refugiados en sus inicios en 1951, no trata mejor a los solicitantes de asilo. Este año, los levantamientos populares en el norte de África forzaron a unos 57,000 refugiados, solicitantes de asilo e inmigrantes a huir a través del Mediterráneo hacia Italia y Malta. Se estima que alrededor de 2,000 personas murieron en el mar. Los que sobrevivieron al viaje fueron detenidos en centros de acogida en condiciones deplorables. En marzo de este año 3,000 recién llegados se vieron obligados a dormir en los muelles de la isla de Lampedusa durante varios días, compartiendo 16 retretes y sobreviviendo con sólo 1,5 litros de agua por día.
Con el objetivo de frenar el desembarco en sus costas, el gobierno italiano se apresuró a firmar acuerdos bilaterales con el nuevo gobierno provisional de Túnez y con el Consejo de Transición de Libia, a pesar de que ese país se encontraba en guerra. Estos acuerdos tienden a detener a los potenciales solicitantes de asilo procedentes de las costas del norte de África. Italia, junto con otros países europeos, fue parte en el conflicto de Libia, y por lo tanto tenía una responsabilidad aún mayor para asegurar que las personas que huyen de la guerra tuvieran condiciones dignas de acogida con procedimientos de asilo justos y eficientes.
Incluso para aquellos que tienen éxito en sus solicitudes de asilo, el estatuto de refugiado a menudo no es suficiente para sobrevivir. Rechazados y privados de asistencia, muchos refugiados están condenados a emigrar más lejos, en busca de una forma de sustento para sí mismos y a sus familias. Hoy, esto es más cierto que nunca
-a diferencia de hace 60 años- al ser los países en desarrollo quienes alojan a la gran mayoría de la población mundial de refugiados.
Hoy, casi medio millón de somalíes viven (si viven fuera la palabra adecuada) en Dadaab, el asentamiento de refugiados más grande del mundo. El primer campo de refugiados se abrió en Dadaab, al norte de Kenia, hace más de veinte años.
Hoy los campamentos de Dadaab constituyen la cuarta ciudad más grande de Kenia. Este año hemos realizado algunas encuestas de salud en una de las áreas del campo superpoblado donde los recién llegados se fueron estableciendo, sólo para constatar que las tasas de malnutrición entre los menores de cinco años se incrementaron. Los niños que huyeron del hambre y la violencia en Somalia, y sobrevivieron al agotador viaje hacia Kenia, están en peor estado de salud que cuando llegaron. Los refugiados somalíes, al parecer, no tienen un lugar seguro a donde ir.
Las acciones médicas y humanitarias tienen un tangible, pero finalmente limitado, impacto en el bienestar de los refugiados, de los solicitantes de asilo y de todos los que huyen de la violencia o el colapso económico en su país de origen. Cuestiones más amplias como la asistencia, la protección y las soluciones a largo plazo deben ser abordadas con urgencia. La gente está cada vez más en movimiento, y sus motivaciones para cruzar las fronteras son diversas. Los gobiernos tienen que llegar a soluciones que conjuguen y no pongan en contradicción las labores de migración con la política de protección a refugiados.
Mientras tanto, la Convención sobre los Refugiados sigue siendo la herramienta más importante para proteger y asistir a los refugiados. Cuando todos los estados demuestren activamente su compromiso con los refugiados a través de políticas que estén en consonancia con el espíritu de la Convención, entonces los líderes del mundo y los refugiados realmente tendrán algo que celebrar.