Ioanna Kotsioni trabaja como adjunta al Jefe de Misión para el proyecto de asistencia a migrantes, solicitantes de asilo y refugiados en Grecia desde diciembre de 2008. Tras su visita al proyecto en el centro de detención de Pagani en Lesvos, comparte con nosotros su experiencia.
Entre el 20 y el 28 de agosto, visité el centro de detención de Pagani para apoyar al equipo de MSF que desde el 27 de julio proporciona apoyo psicosocial a los migrantes indocumentados dentro del centro. La situación a la que me enfrenté cuando llegué allí fue realmente impactante.
En el centro en ese momento había más de 900 personas detenidas en condiciones extremas de hacinamiento y saneamiento deficiente. Se trata en realidad de un antiguo almacén que no está preparado para acomodar a personas. Según las autoridades locales, su capacidad es de hasta 300 personas, pero cuando entré vi que en el edificio había más de 900 personas entre hombres, mujeres, adolescentes y niños, viviendo en celdas abarrotadas, la mayoría de ellas durmiendo sobre colchones en el suelo, sin sábanas. En cada una de las 7 celdas, incluidas las celdas de las mujeres y los niños, sólo hay dos lavabos y duchas para unas 100 – 250 personas detenidas en cada celda. La gente come dentro de la celda y no se le permite salir al patio con frecuencia.
La situación era extremadamente tensa en el centro de detención: muchas personas llevaban muchos días detenidas sin saber cuándo iban a ser puestas en libertad. Algunos de los menores no acompañados llevaban 50 días o más detenidos en el centro. El día que llegué, más de 100 menores no acompañados ya llevaban 3 días en huelga de hambre, protestando contra las condiciones de vida en el centro y pidiendo ser liberados. En total, más de 229 menores no acompañado permanecían en celdas. Afortunadamente la huelga de hambre acabó al día siguiente, puesto que algunos fueron puestos en libertad y trasladados a un centro de acogida para menores no acompañados en Agiassos.
Lo que resultaba más alarmante para MSF era el gran número de mujeres con niños pequeños en el centro. En una de las celdas, de unos 200 metros cuadrados, encontramos más de 200 mujeres con niños. De los 68 niños, 36 eran menores de cinco años. Entre estas personas, había 5 mujeres embarazadas en su 8º o 9º mes. Dos de ellas dieron a luz en el hospital local durante el segundo semestre de agosto. Las condiciones en esa celda eran de un hacinamiento extremo. Había que caminar sobre sucios colchones dispuestos en el suelo para moverte a través de ella. Debido al hacinamiento y a las pobres condiciones de saneamiento, la mayoría de las mujeres se quejaban de que sus hijos estaban enfermos y de que no habían visto a un médico en días.
El estado psicológico de muchas de las mujeres que hablaron con nuestro psicólogo y conmigo era pésimo, especialmente el de las que habían estado detenidas en el centro durante mucho tiempo, a menudo más de tres semanas. No podían entender por qué ellas y sus hijos estaban detenidos allí en tan malas condiciones de vida. Estaban muy afligidas y habían perdido toda esperanza, esperando día tras día para ser puestas en libertad, desconociendo que sería de su futuro. Una mujer eritrea, en confinamiento durante más de 45 días, amenazó con infringirse heridas si no la liberaban. Otra mujer afgana me dijo que cuando llegó a Grecia y la trajeron a este centro de detención aquella situación le impactó, porque pensaba que finalmente había llegado a Europa, el continente que había enseñado al mundo todo sobre derechos humanos. Así que me preguntaba por qué ella y su madre estaban encerradas allí.
Nuestro equipo tuvo que hacer frente a una situación de sufrimiento generalizado. Dimos prioridad a los grupos más vulnerables: los niños, los menores no acompañados y las mujeres. Cuando llegamos, las mujeres llevaban días sin haber salido al patio. Una de las primeras cosas que hicimos fue sacar a los niños fuera de la celda y acompañarles a visitar a sus padres en las habitaciones en la parte frontal del edificio. Fue un momento muy emotivo para nosotros ver a padres abrazando a sus pequeños a través de los barrotes, a menudo llorando. También pedimos a la policía que permitiese a los niños salir al patio y organizamos algunas actividades de grupo, para que los pequeños pudiesen dibujar y jugar. El psicólogo también pudo efectuar algunas sesiones individuales con pacientes que necesitaban atención especial.
Un padre no paraba de preguntar acerca de su esposa y su hijo recién nacido que había venido al mundo hacía pocos días. Su esposa y su bebé estaban aún en el hospital y a él no se le permitía visitarles allí. Le preocupaba que su esposa y su hijo fueran devueltos al centro de detención. También nos dijo que tenía miedo de que él y su familia muriesen allí.
Era obvio que la situación en el centro de detención era dramática y que tenía que encontrarse una solución de inmediato para que los 200 menores no acompañados y las 200 mujeres con hijos fueran trasladados a otra estructura. En una reunión urgente a la que asistieron las autoridades, el ACNUR y organizaciones no gubernamentales que trabajaban en el centro, intentamos hacer patentes las necesidades humanitarias de mujeres y niños y ejercer presión sobre las autoridades locales para que encontrasen un refugio para ellos en otra estructura que ofreciese unas mejores condiciones de vida, donde los niños no estuviesen encerrados en celdas.
Las autoridades locales plantearon una medida temporal para acoger a los menores no acompañados, a las mujeres y a los niños en un camping en Lesvos. Allí, las mujeres y los niños podrían esperar a que los padres fuesen puestos en libertad. Y fue así como en los 4 días que siguieron muchos de ellos fueron trasladados de Pagani al camping, donde las condiciones de vida eran mucho mejores. Sin embargo, sólo podían quedarse allí unos días, hasta encontrar un billete de barco que les llevase a Atenas. Cuando partían para Atenas llevaban en la mano su pase certificando su puesta en libertad, en el que constaba que no es posible su devolución (refoulement) y se les pedía que abandonasen Grecia por sus propios medios dentro de los 30 días siguientes.
Dos días más tarde, un barco con aproximadamente 300 personas, mayoritariamente familias y menores no acompañados que habían sido liberados de Pagani, llegaron al puerto de Piraeus en Atenas. Entre estas personas había dos familias palestinas con niños pequeños y sus madres embarazadas de 8 meses. También había una familia afgana con una niña recién nacida y dos niños pequeños más. La tía del bebé me dijo que decidieron llamar a la pequeña Daria, que significa mar, y no dejaba de repetirme que era un bebé griego ahora, que había nacido en Grecia.
Esta familia y algunas más, en total 40 personas, quedaron abandonadas a su suerte en el puerto sin ningún lugar a donde ir, totalmente abatidas. Tras un par de horas, el municipio de Piraeus tomó la iniciativa de acogerles temporalmente en un albergue. A pesar de la buena acogida, se trata sólo de una solución temporal. En realidad, para todos estos migrantes indocumentados, incluyendo casos tan vulnerables como éstos, no se contempla proveerles con alimentos, refugio ni, lo que es aún más importante, atención sanitaria.
Su situación es extremadamente crítica en un país como Grecia, que no asegura un mínimo de acceso a la atención sanitaria de las familias migrantes con niños pequeños, a los menores no acompañados ni a la gente con problemas de salud, y no cubre sus enormes necesidades humanitarias. A MSF le inquieta la suerte de todas estas personas en situaciones vulnerables, que se enfrentan a un futuro de indigencia e incertidumbre.