La migración a través del Tapón del Darién persiste de manera incesante. A diario, cientos de miles de personas migrantes cruzan la densa selva de más de 5 mil kilómetros cuadrados que separa a Colombia de Panamá.
Múltiples organizaciones humanitarias como la nuestra y entidades como la Defensoría de Colombia y la de Panamá han denunciado una y otra vez que la ruta está controlada por grupos criminales y que su accionar violento se suma a riesgos relacionados con las condiciones geográficas que pueden desembocar en ahogamientos, fracturas, enfermedades gástricas y de la piel.
Pese a ello, sigue sin existir una ruta segura y digna para los y las migrantes.
Juan Carlos Tomasi es un fotoperiodista que trabaja con nosotros desde hace más de dos décadas. Él y su cámara han retratado a infinidad de personas en momentos y lugares donde la humanidad duele mucho: Afganistán, Somalia, Sudán, República Centroafricana y Etiopía, por nombrar solo algunos pocos ejemplos.
Sin embargo, este año, fue la crisis migratoria del Darién la que lo interpeló a poner su mirada sobre la situación de miles de personas que atraviesan este paso fronterizo entre Colombia y Panamá.
Solo en 2023, casi 500 mil migrantes han cruzado esta ruta, duplicando la cantidad de personas que lo hicieron en 2022.
De este modo, uno de los fotógrafos de cabecera de nuestra organización, nos describe su experiencia visual en una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo:
¿Cómo es el cruce por la selva del Darién?
“Las personas escalan cerros y cruzan, aún sin saber nadar, nueve veces por el río hasta llegar a la frontera con Panamá. 9 veces. Pero antes de partir desde Necoclí, Colombia, el último paso previo a adentrarse al Tapón del Darién, rezan: hombres, mujeres, niñas y niños, rezan en la madrugada buscando el toque de Dios.
Mi primera incursión periodística en América Latina fue a finales de la década del 80. He vivido terremotos, huracanes, conflictos, crisis de desplazamiento, pero jamás había visto tantas personas caminando en busca de un futuro mejor. Jamás.´
Lo que vi en el Darién fue una fila humana sin final. Más de 2.000 personas atravesándolo diariamente, más de 2.000 almas caminando al unísono en búsqueda del sueño americano, cargando mochilas, sacos de dormir, agua y comida.
Pero cada historia es diferente y la condición humana no es tangible. Entonces cuando tomo una fotografía, intento mirar a través de los ojos de las personas a las que retrato, creo que ahí nace la empatía.
A veces lo he conseguido, y otras veces no, pero siempre es necesario saber por qué y para qué se toma una foto, y cuál es su significado. Así como también es sustancial implicarse con la situación de las personas y asimilar sus relatos.
En este caso, la gran mayoría de migrantes a los que acompañé provenían de Venezuela, entonces antes de llegar a terreno, me involucré para entender y conocer de forma subjetiva los motivos por los cuales decidieron salir de su país y las condiciones de vida que atravesaban.
El idioma también es fundamental. La proximidad del lenguaje rompe muchos estereotipos. Fue una de las pocas veces en mi vida profesional que nunca obtuve un no por respuesta al preguntar por un retrato.
A diferencia de otros contextos en los que he trabajado, donde no comparto el idioma, me ha descolocado el escucharles en mi propia lengua. Porque no había filtros o personas intermediarias que nos tradujeran, conversamos y nos oímos mutua y directamente. Me interpelaban desde el mismo instante en el que les miraba a los ojos. Y de allí, nacieron fotografías.
Durante la parte de su trayecto en el que pude acompañarles, vi también familias enteras caminando, remontando cerros y cruzando ríos. Luego, cuando los fui a buscar a Bajo Chiquito, a la salida del Tapón, pude observar que todo lo que traían con ellas al momento de emprender el viaje, ya no lo tenían consigo después de haber atravesado de tres a siete días la selva. Se habían desprendido de sus cosas o se los habían robado todo.
Fue duro testimoniar su desolación, su estado físico y anímico. Apenas empezaban la ruta que los llevaría hacia el norte cuando ya se habían quedado sin nada.
Inmediatamente te invade la frustración y te preguntas qué es lo que podés hacer. Y en el fondo, sabes que es poco. La esperanza que traen cuando están por cruzar el Darién, la pierden al llegar. Y para algunas personas, este cruce es la experiencia más traumática de sus vidas.»
Una mirada humana sobre lo que pasa en el Tapón del Darién
«La falta de información que tenían en relación con la ruta migratoria también me interpeló. Muchas personas no tenían conocimiento sobre los países que debían transitar para llegar a destino, dónde se encontraban específicamente o cuál era el costo para subirse a una barca o a un autobús. Solo se habían informado por Facebook y Tik Tok.
En momentos, me sentí un poco superado por la intensidad de los acontecimientos, aunque siempre tuve en claro lo que estaba buscando. Quería encontrar historias de vida más cercanas y humanas, y respuestas sobre lo que las personas intentan conseguir en este trayecto tan duro.
Quería entender el camino y lo que dejan en él. Quería implicarme en sus miradas e intentar tener una visión diferente, sin paliativos. Y por otra parte, sentía que debía estar allí y explicar esos sentimientos, más allá del bagaje que traía de esta crisis.
A veces la razón no está en la mirada, sino que aparece cuando cierras los ojos. Eso te permite cargar otras maneras de sentir a las que luego también puedes darles forma”.