Carlos Francisco coordina los programas de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Siria desde enero de 2015. Ha sido testigo de cómo la guerra se ha deteriorado y ha alcanzado niveles de destrucción en una escala inédita, particularmente en las tres últimas semanas, en el este de Alepo. Desde que el alto el fuego se rompiera en septiembre, la intensidad de la campaña de bombardeos aéreos llevada a cabo por las fuerzas sirias y rusas amenaza con destruir la parte asediada de la ciudad.
“Cerca de 250.000 personas están cercadas, sin posibilidad de escapar ni de recibir ayuda alguna”, afirma Carlos Francisco.
“Primero tomaron las zonas periféricas de la ciudad, luego fue el turno de las carreteras que llevan a la ciudad, posteriormente bombardearon hospitales, sistemas de provisión de agua, barrios residenciales, equipos de rescate…
Estamos hablando de una ciudad exhausta tras cinco años de guerra que no ha recibido ayuda desde julio cuando se inició el asedio; una ciudad que está siendo devastada ante nuestros ojos”.
Carlos habla desde Gaziantep, en el sur de Turquía. Su equipo está en contacto regular con los ocho hospitales que apoyamos en la zona oriental de Alepo. “Antes de que comenzara el asedio, enviábamos suministros cada tres meses”, explica, “pero esos envíos no cubrían sus masivas necesidades, ni siquiera con la ayuda de otras asociaciones que también les apoyan. Cuando los hospitales sufren bombardeos, hubo 23 ataques en los últimos cuatro meses, les contactamos diariamente para conocer la magnitud de los daños y cómo podemos ayudarles. En estos momentos, necesitan de todo. Nos dicen: ‘envien lo que tengan, gasas estériles o no estériles, lo que sea, aceptamos lo que sea, necesitamos lo que tengan’. Pero en las actuales circunstancias, nos encontramos sin posibilidad de ayudarles”.
Los médicos que se quedaron para ayudar
El este de la ciudad está bajo total asedio desde julio, poco después del fin de Ramadán. Algunos médicos habían aprovechado la festividad para ir a Turquía con sus familias. Cuando se cerró el cerco, no pudieron regresar. “A muchos de ellos les vemos aquí, en el sur de Turquía; les resulta muy duro”, describe Francisco. “Muy duro porque no pueden retornar para ayudar, se sienten frustrados e impotentes. Muchos médicos, dada su posición económica, podrían haber huido de la guerra hace mucho tiempo y asentarse en Turquía o Europa, pero eligieron no hacerlo, se quedaron. Su nivel de compromiso con la gente, con su trabajo, con sus hospitales, con Alepo, es admirable, y mucho más teniendo en cuenta que tanto ellos y como sus familias se enfrentan a la muerte cada día”.
Hasta la fecha, nuestros equipos no han podido entrar en Alepo ni visitar los hospitales que apoyamos desde hace más de un año. “Lo que es evidente es que hemos perdido una capacidad de ayudar de manera importante”, se lamenta Francisco. Tampoco hemos recibido permiso para trabajar en las zonas controladas por el Gobierno desde el principio de la guerra, pero sí hemos podido operar en las áreas controladas por la oposición (incluyendo las rurales del norte y este de Alepo), en Maskan, entre Alepo y la frontera turca, y en Al Salama, donde gestionamos directamente un hospital de asistencia primaria y secundaria.
Cercados y sin opción
También hemos asistido a la población desplazada. Cerca de 100.000 personas se han visto obligadas a abandonar sus casas y aldeas tras sendas ofensivas del Estado Islámico hacia el oeste y de las fuerzas del Gobierno hacia el norte, en Azaz. Desde que el Ejército sirio tomó Maskan y el hospital fue dañado por la artillería, nuestra área de respuesta se ha visto más limitada. “La población de Maskan también se vio forzada a desplazarse y perdimos acceso”, explica Carlos Francisco. “Es difícil saber cuántos desplazados se han generado. Algunos fueron hacia la zona de Idlib, con campos de desplazados más asentados, pero muchos otros están simplemente viviendo en los campos de cultivo, durmiendo bajo los árboles”.
Los residentes de Alepo este no tienen ni la opción de convertirse en desplazados. En lugar de eso, se encuentran atrapados en una ciudad convertida en el epítome de los horrores de la guerra siria, donde se despliega todo tipo de armamento mortal. “Somos conscientes de los informes de los ataques de la oposición a la zona occidental de Alepo”, dice Francisco, “pero la capacidad de destrucción es tan diferente que no resulta comparable”.
Por eso, hacemos un llamamiento para poner fin a la campaña aérea de bombardeos indiscriminados en Alepo este. Se trata de que heridos y enfermos puedan ser evacuados, de que la ayuda humanitaria pueda llegar a la ciudad y de que se respete el derecho de los civiles que huyen de zonas en crisis en un conflicto a ser acogidos.
Los 35 médicos de Alepo este, incluyendo siete cirujanos, hacen tantos turnos en los ocho hospitales que permanecen operativos como les es posible. Son plenamente conscientes de que su profesión es una de las más vitales. “Los médicos que no pueden regresar a Alepo, nuestro propio personal aquí, todos hablan del personal sanitario y de la población de Alepo en general con el mismo dolor,” añade Francisco. “Dicen: ellos sufren allí; nosotros lloramos aquí”.
Desde Médicos Sin Fronteras (MSF) apoyamos ocho hospitales en el este de Alepo. Gestionamos seis estructuras médicas en el norte de Siria y asistimos a más de 150 centros de salud y hospitales del resto del país, muchos de ellos en zonas asediadas.