La intervención en Dundo se enmarca en la estrategia global de MSF en Angola: estar muy atentos para una actuación rápida en emergencias. Dundo, en este caso, sirvió para consolidar esta estrategia. Las autoridades angoleñas fueron las que llamaron a MSF para colaborar en la ayuda a cubrir las necesidades de los refugiados, que llegaban traumatizados por la violencia en Kasai, en oleadas. Una vez la fase de emergencia ha finalizado, nuestra organización ha traspasado sus operaciones para liberar los recursos para hacer frente a otras emergencias, según explica Joao Martis, jefe de misión en Angola, recién regresado.
¿Cuál era la situación de los refugiados cuando llegaste a Dundo en abril?
Cuando llegamos, la situación era muy preocupante. Los refugiados se estaban concentrando en dos áreas no adecuadas a cubrir las necesidades de miles de personas. No había letrinas, distribución de agua o comida o posibilidad de acceder a servicios médicos. La primera ola de refugiados, unos 10.000, eran los más precarios, los que habían huido de la violencia directa en Kasai (RDC), sin tiempo para poder llevarse nada consigo, eran los más necesitados.
La gente estaba muy impresionada y en shock: muchos de ellos habían perdido familiares en episodios de mucha violencia o durante la huida habían quedado separados de ellos. Muchos niños llegaron solos a los campos. Tenemos que recordar que Kasai había sido una provincia tranquila durante muchas décadas, la población no estaba acostumbrada a tener que desplazarse o a ver la actuación de hombres armados, no era normal para ellos.
¿Qué es lo primero que hace MSF?
Primero, la atención directa a las personas directamente afectadas: atendimos a unos cuarenta, afectados por la violencia, con heridas de machete o bala y también violencia sexual. Les acompañamos al hospital de Dundo al que también hicimos llegar material sanitario del que estaban necesitados.
Establecimos dos clínicas en los campos para ofrecer cuidados médicos básicos. Los refugiados llegaron en condiciones muy frágiles, física y mentalmente. Nos preocupaban los altos niveles de malaria, pero también las patologías clásicas en un campo de refugiados: diarreas, infecciones respiratorias, epidemias. De ahí parte nuestra insistencia para llevar a cabo la vacunación en masa de la población, en la que se protegió a los niños frente a seis diferentes patologías, el sarampión entre ellos.
A la vez, controlábamos los niveles de desnutrición, que en un principio eran elevadísimos, muy por encima de los niveles declarados de emergencia y decidimos abrir un centro terapéutico para los niños desnutridos, el único en la zona.
También actuamos con otras ONG y agencias en la puesta en marcha de distribución de agua y saneamiento y luego ampliamos nuestras actividades para incidir en la población más vulnerable: los niños hasta quince años Las mujeres embarazadas y lactantes y las operaciones quirúrgicas también fueron reforzadas por nuestros equipos.
¿Cómo es la vida ahora? ¿Y cuál es la situación actual?
En un principio la gente en el campo sólo tenía un objetivo: asegurarse la supervivencia. Cuidar a sus hijos, beber agua, comer algo, dormir bajo algún techo, sanar las heridas. Poco a poco, con la afluencia de más ONG se han ido desarrollando más actividades y la gente se ha buscado la vida, trabajos, hay un mercadito… Trabajamos en el reparto de mosquiteras, pero los niveles siguen siendo elevados y debe hacerse más en prevención, en control del vector, por ejemplo; los episodios de diarrea están muy controlados; las enfermedades habituales se evitan con las vacunaciones (aunque ahora se ha requerido una nueva vacunación, con la llegada de gente nueva y se han detectado casos de sarampión) y la desnutrición está en unos niveles muy aceptables. Es en este sentido, después de una intervención de emergencia, ahora que la situación es más estable (de 2.000 consultas por semana, hemos pasado a alrededor de 800) y que hay un mayor número de organizaciones trabajando en los dos campos que nos podemos plantear traspasar nuestras actividades y liberar nuestros recursos para poder hacer frente a nuevas emergencias que puedan ir surgiendo.
¿Cómo fue recibido el anuncio de la apertura de un nuevo campo para relocalizar a la población refugiada?
El anuncio de la apertura de un nuevo campo en Lovua fue en general bien recibido por la población. Hay que tener en cuenta que los dos campos en los que están eran áreas designadas para otras actividades (una feria agropecuaria, un área de almacenamiento), no preparadas para poder asistir a la gente o distribuirle los materiales que necesitaban para reconstruir una vida. Tampoco eran campos que pudieran ser ampliados, si fuera necesario. En Lovua en teoría podrán construir sus casas y volver a cultivar, hacer una vida un poco más autónoma. Estimamos que entre 8.000 y 10.000 personas sí han regresado a Kasai, pero muchos de los refugiados ven imposible regresar, a muchos de ellos no les queda nada y la situación sigue siendo precaria en las zonas más rurales allí.