“Observé la vaca con interés, mientras ésta vagaba por el ajetreado mercado comiendo basura, pasando desapecibida entre a los hombres y mujeres que le abrían camino. No fue una imagen tan extraña, en comparación con el elefante que vi caminar en medio del tráfico que había en la capital esa mañana, pero aún así estaba a mundos de distancia de las calles de Ghent, mi ciudad natal.
Continuamos por un camino que nos llevaba desde mi nuevo hogar, rodeado de campos de arroz, a la clínica para atender la difteria, observando cómo el campo de refugiados más grande del mundo se alzaba a mi alrededor y se extendía sobre las colinas.
Llegada
Era Ukhia, Bangladesh, un municipio que alguna vez fue pequeño y ahora alberga a más de 1.118.500 refugiados rohingya que huyeron de la violencia en el estado de Rakhine, Myanmar. Y aquí estaba yo, en mi primera misión con Médicos Sin Fronteras (MSF).
Entonces, con entusiasmo y nerviosismo, entré en la clínica por primera vez. Mi primer día en la clínica me hizo sentir bienvenida por la cálida recepción que me brindaron el personal local y el equipo internacional.
Mi trabajo para los próximos tres meses consiste en ser la supervisora del equipo de enfermería, y estaba emocionada por trabajar con enfermeros recién graduados que parecían ansiosos por aprender.
Aprendiendo rápido
Sin embargo, en Bélgica había trabajado como enfermera de cabecera de la unidad de cuidados intensivos (UCI), donde tenía interacción directa con los pacientes, una tarea muy diferente. Así que este nuevo puesto implicaba que necesitaba aprender un trabajo completamente nuevo, como también encontrar mi propio lugar dentro del proyecto.
Me asignaron varias salas para supervisar, incluida una sala de cuidados intensivos, y también me pidieron que me hiciera cargo de 34 enfermeras y auxiliares de enfermería. Así que al entrar en las salas por primera vez, era comprensible que me sintiera un poco insegura, pues no sabía si iba a ser capaz de hacer “mío” este papel.
Con tiempo y orientación, aprendí a apreciar lo que implica gestionar un equipo y su estructura, además de poder compartir mis conocimientos con otros.
Luego de unos días, terminé acercándome mucho al personal en Bangladesh y me dediqué a tener mi propia manera de conectar con las personas. Descubrí que al comprometerme en un nivel personal con el equipo local, y al mostrar un interés genuino en sus vidas profesionales y personales, abrí una puerta que nos permitió aceptarnos mutuamente.
El campo de refugiados más grande del mundo
Aprendí que, en muchos casos, los bangladesíes abren los ojos cuando otras personas podrían desviar la mirada.
También, la aceptación y el arduo trabajo que realizan por los rohingya me hicieron cuestionar cuántos países «desarrollados» serían capaces de manejar una situación similar.
Al deambular por el campo, era difícil no dejarse encantar por los grupos de niños que corrían detrás de mí gritando «adiós» pensando que significaba «hola».
Pero lo que realmente se destacaba al caminar por allí era la inmensidad y la opresiva densidad del campo. No tengo las palabras para describir la emoción que uno siente al presenciar las condiciones de vida que los rohingya están obligados a soportar.
Estos refugiados, que huyeron de sus hogares en busca de seguridad, ahora viven en refugios devastados por derrumbres e inundaciones. Mis caminatas y visitas a los hogares de nuestros pacientes me recuerdan por qué Médicos Sin Fronteras está aquí. Dentro del equipo, nuestra misión fue tratar a estas personas de la manera más amable posible y brindarles atención médica de calidad.
Desafíos y alegrías
Francamente, hubo momentos en los que tuvimos dificultades. En una misión te enfrentas a ti mismo y a los demás con las decisiones que tomas. Es esencial que encuentres tu propia estrategia para lidiar con las frustraciones y confrontaciones.
Personalmente, nunca olvidaré la vez que me acerqué al pecho de un niño que habíamos intentado salvar durante horas, y no escuché el latido de su corazón. Pero también hubo muchos, muchos casos en los que pudimos curar a nuestros pacientes y vimos cómo se recuperaban después del tratamiento. Es una motivación increíble.
Ver el crecimiento de las enfermeras con las que trabajé, ver cómo se convertían en un equipo totalmente capaz, fue uno de mis mejores momentos. Vi el crecimiento de cada una de estas personas durante mi estancia en el lugar. Me voy muy orgullosa de todos y espero que, en un futuro, puedan usar lo que aprendieron.
Al regresar a casa dejo muchos y hermosos recuerdos, pero vuelvo como una persona más fuerte.
Mi vida ha cambiado por completo.
Las buenas experiencias superan a las malas, y sé que es natural sentirse triste, pero sobre todo me siento agradecida por la oportunidad de poder conectar con tanta gente y brindar ayuda donde las necesidades son tan abrumadoras.
Nunca he experimentado algo tan intenso, pero me siento agradecida por haber dejado algo de mí misma en este hermoso país y en todos los países a los que viajaré en el futuro.”