“Es 26 de agosto de 2017, un hermoso día en Estocolmo, Suecia. Acabo de llegar para recibir la capacitación previa a mi primera misión con Médicos Sin Fronteras, en Pakistán. A medida que avanza el día, los informes de noticias siguen informándonos sobre los eventos que ocurren en Myanmar con el pueblo rohingya, a la vez que cientos de miles de personas se ven obligadas a huir de la violencia y la persecución.
Continúo siguiendo con incredulidad las noticias en los próximos días. No puedo evitar preguntarme, ¿cómo es que esto está sucediendo otra vez? Somos seres humanos, ¿no se supone que deberíamos seguir mejorando, que deberíamos ser mejores seres humanos? ¿Realmente no hemos aprendido sobre nuestros errores en el pasado?
Un año después
Avancemos un año, al 26 de agosto de 2018. Ha pasado exactamente un año desde que comenzó la crisis de rohingya y estoy a las afueras del incomprensiblemente enorme campo de refugiados de Rohingya en Cox’s Bazar, Bangladesh. Esta es mi segunda misión con MSF.
Mi proyecto no está directamente relacionado con los refugiados rohingya, así que hoy solo soy un observador. Tuve la oportunidad de visitar el proyecto de MSF en Rubber Garden, donde los equipos médicos brindan servicios de atención en salud primaria, de vacunación, y además tienen centros de tratamiento de difteria y diarrea.
Aquí experimenté de primera mano la realidad de la situación en el terreno. También tuve la oportunidad de presenciar el trabajo desinteresado que realizan mis colegas de MSF y otras organizaciones de ayuda internacional que trabajan en Cox’s Bazar. Se ha escrito mucho sobre el contexto político y la situación actual en la que se encuentran los rohingya, una minoría musulmana. Sin embargo, quiero centrarme en mis experiencias e impresiones inmediatas del día que pasé en los campos de refugiados.
Mientras caminaba por el centro de tratamiento de diarrea de MSF, quedé impresionado y sorprendido por el trabajo realizado por mis colegas, especialmente debido al contexto desafiante y a los recursos limitados. Lo que más me sorprende es el entusiasmo, la energía y la pasión de mis colegas a pesar de las dificultades humanas y la tragedia que los rodean a diario.
“El campo se extiende hasta donde el ojo puede ver, y aún más allá”
Hay varios voluntarios rohingya que actúan como un vínculo importante entre MSF y la comunidad de refugiados. Me presentaron a dos jóvenes caballeros rohingya, entusiastas y bien hablados, que son voluntarios con nosotros. Se ofrecieron a ser mis guías para pasear por el campo de refugiados.
Al detenernos en el borde del campo, junto a la carretera, miro el horizonte. El campo se extiende hasta donde el ojo puede ver, y aún más allá. El número de personas que viven aquí es apabullante: más de 600.000 personas hacinadas en menos de 15 kilómetros cuadrados.
El paisaje montañoso es desigual y propenso a deslaves de lodo, y todos los refugios consisten básicamente en bambú y lona. Esta área tiene una gran cantidad de lluvia en el año, lo que agrega otro elemento desafiante a la precariedad de las estructuras y viviendas.
Aquí, el espacio es un lujo y la privacidad es básicamente inexistente.
Los refugios están construidos uno al lado del otro, con pasillos estrechos entre las secciones. Es fácil ver cómo este paisaje puede volverse muy peligroso e inestable durante las lluvias fuertes. No hay drenaje, y las piscinas de agua estancada no crean un entorno de vida saludable.
Lucho por comprender cómo una comunidad tan grande ha logrado vivir aquí durante todo un año. No puedo evitar preguntarme: ¿cuándo terminará?
“Una experiencia que te llena de humildad”
Lo que me sorprende inmediatamente al caminar por el campo es la amabilidad de las personas que conocemos. A pesar del trauma y el desplazamiento que han sufrido, la realidad de sus duras condiciones de vida actuales y su futuro incierto, las personas nos sonríen y saludan mientras caminamos. Los niños corren hacia nosotros, con ganas de estrecharme la mano y gritando: “¡Gracias! ¡Gracias!».
Mis dos guías me dicen que lo hacen en agradecimiento al trabajo realizado actualmente por todas las agencias de ayuda. Realmente es difícil encontrar palabras para responder a estos niños.
Hubo un incidente que literalmente hizo que me detuviera: una anciana se acercó y, sin previo aviso, se agachó frente a mí y me tocó los pies (en realidad mis botas embarradas). Fue una experiencia que hizo que me llenara de humildad. Me quedé allí, congelado y muy incómodo. No estaba seguro de cómo reaccionar apropiadamente o qué decirle.
Todavía estoy intentando procesar esto. Mis dos guías trataron de explicarme este incidente pero, para ser honesto, realmente no pude concentrarme en lo que estaban diciendo. Estaba completamente abrumado. En ese punto, les pedí cortésmente que termináramos el recorrido.
El inquebrantable espíritu humano
Mientras escribo este blog (una semana después de mi visita al campo), me siento alentado por el inquebrantable espíritu humano y la voluntad de sobrevivir en medio de las circunstancias difíciles y desafiantes que presencié.
Mi decepción inicial en la humanidad, que una vez más ha creado y causado esta tragedia, ha sido reemplazada por optimismo y admiración mientras sigo presenciando el flujo de asistencia humanitaria a una comunidad necesitada. Sin embargo, esta crisis está lejos de terminar. La dura realidad es que será necesaria una solución política a esta crisis provocada por el hombre, y nadie puede saber cuánto tardará en resolverse, si es que alguna vez pasa.»