Por Thierry Durand, coordinador del centro de nuestro tratamiento de COVID-19 en Adén, Yemen.
“Un automóvil se dirige hacia el centro de tratamiento de COVID-19 que tenemos en Adén. Dentro del vehículo se oye a un hombre de unos 60 años con una tos muy fuerte. Apenas logra respirar. Se las arregla a duras penas para salir por su propio pie y sentarse en una silla de ruedas, tras lo cual es trasladado por nuestro equipo a la Unidad de Cuidados Intensivos, donde comienzan a administrarle oxígeno.
Cuatro horas después, el hombre está muerto.
Esta escena se repite una y otra vez desde hace semanas en Adén, una ciudad en la que el COVID-19 está mostrando una de sus caras más brutales. Muchas personas mueren al poco tiempo de ingresar. Y es que llegan en un estado grave, que apenas podemos hacer algo por ellos. Aún estamos tratando de entender por qué llegan tan mal y por qué mueren tan rápido.
Del 30 de abril al 31 de mayo, el centro ingresó a 279 pacientes, de los cuales fallecieron 143; es decir, fallecieron más de la mitad. Solo vemos casos graves y esto nos hace sentirnos impotentes. No podemos hacer mucho más que darles oxígeno. Hemos llegado a tener hasta 13 muertes en un mismo día.
En nuestro centro estamos viendo una tasa de mortalidad equivalente a la de las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) de Europa y Estados Unidos, pero la diferencia en Adén es que este no es un hospital bien equipado o con una financiación suficiente. Tampoco cuenta con otros hospitales o servicios que le sirvan de respaldo.
Es un centro restaurado a toda prisa a partir de un antiguo hospital oncológico, y que está a las afueras de una ciudad cuyo sistema de salud se ha derrumbado después de cinco años de guerra y sus habitantes se ven sumidos frecuentemente en la oscuridad a causa de los cortes de energía que se producen cada día. Y por si todo esto fuera poco, este centro de MSF ha sido hasta la fecha el único centro dedicado específicamente a tratar pacientes de COVID-19.
Por si fueran pocos los problemas, nos estamos viendo obligados a reutilizar el equipo de protección individual porque no tenemos suficiente. Y tampoco hay muchas posibilidades de hacer pruebas diagnósticas, ya que el acceso a las mismas está tremendamente limitado. No tenemos suficientes respiradores, necesitamos urgentemente más concentradores de oxígeno y estamos trabajando para tener una cadena de suministro fiable, pero no resulta fácil. No tenemos suficientes reguladores, ni tubos para la recogida de muestras, ni mascarillas… y las dificultades para trabajar en estas condiciones son enormes.
El patio del centro de tratamiento está repleto de cilindros de oxígeno, y los 250 que necesitamos diariamente son un claro testimonio de la lucha a brazo partido que sobrellevan nuestros pacientes para seguir respirando. La forma más simple de tratar de explicar lo que causa el COVID-19 podría ser la siguiente: cuando la enfermedad te afecta en sus formas más graves, el cuerpo no dispone del oxígeno suficiente para funcionar. Por tanto, la forma más sencilla de solucionarlo sería proporcionándole más. Parece obvio, ¿verdad? Si embargo no lo es, porque los pacientes que nos llegan requieren de una cantidad de oxígeno muy muy alta por minuto, y esto, en un lugar como Adén, representa un enorme desafío en términos de suministro.
Y si esto ocurre aquí, en una ciudad que hasta cierto punto dispone de recursos en cuanto a materiales y personal, podréis imaginar cómo es la situación en otros lugares del país mucho más aislados y con menos infraestructuras.
Hacemos constantemente rondas para verificar los niveles de oxígeno de nuestros pacientes. A veces parece que están hasta bien, pero cuando vuelves a verlos un rato después, de repente te los encuentras muertos. Otros no paran de jadear y, cuando eso ocurre, ya sabes que no les queda mucho tiempo de vida. Simplemente llega un momento en el que no pueden más y entonces dejan de respirar.
Con tantos muertos, las dificultades para manejar los cadáveres son también muy grandes. No tenemos morgue en el hospital y solo contamos con la ayuda de un Imán [un clérigo islámico] que viene a recoger los cadáveres para llevarlos de vuelta a sus familias.
Además, no hay suficientes personas para manejar los cuerpos, por lo que muchas veces se quedan en el hospital por un buen tiempo, con todo lo que eso supone. Hemos visto imágenes de drones tomadas por los periodistas en otras partes de la ciudad que muestran hileras de tumbas recién excavadas.
Las cifras de las autoridades muestran que los entierros diarios en la ciudad se han multiplicado por 8 o por 9 en las últimas semanas. Si antes del brote lo normal era enterrar a unas 10 personas al día, ahora son unas 80 o incluso 90 cada jornada.
Sufrimos porque no podemos salvar a las personas que llegan buscando nuestra ayuda y por la cantidad enorme de personas fallecidas, pero todo el equipo está trabajando sin parar para salvar cuantas vidas sea posible. Trabajamos para traer más suministros lo más rápido posible, para organizar el suministro de oxígeno y para ampliar la capacidad del centro a 72 camas, pero queremos alertar de que el sistema de salud yemení necesita recibir urgentemente más ayuda de las Naciones Unidas y de otros países donantes para poder responder al COVID-19 y evitar un mayor colapso.
El problema es demasiado grande para que podamos resolverlo nosotros solos.
Artículo originalmente publicado en El Confidencial.