Cuando Rebecca DeBruyn abandonó la ciudad canadiense de Peterborough, Ontario, a finales de febrero, tiritaba, pues el termómetro marcaba -17ºC en su ciudad natal. La nieve cubría las calles y la gente se refugiaba en gruesos abrigos de invierno.
“Bueno, aquí en Gambela tenemos 45ºC al mediodía. Estoy sudando mucho y bebiendo mucha agua», dice dos semanas después, con gotas de sudor en la frente, cuando se le pregunta cómo consigue lidiar con una impresionante oscilación térmica de 62ºC.
Nuestra recién llegada enfermera de Médicos Sin Fronteras (MSF) ausculta con su estetoscopio el corazón de Mersif, una niña de 18 meses que fue ingresada la noche anterior en la sala de urgencias del hospital Gambela, en el oeste de Etiopía.
Mersif tiene una infección bacteriana que le causa un problema respiratorio tratable con antibióticos. “Ya está mucho mejor, y los padres están muy atentos. Vamos a continuar observándola durante unas horas y luego podrá irse a casa«, sugiere Rebecca a sus colegas etíopes, antes de decidir qué caso priorizarán a continuación en un servicio con mucho trajín.
En la sala de urgencias del hospital Gambela, se atiende un mínimo de 50 casos al día. El hospital es el único centro de referencia en la región más occidental de Etiopía, que alberga a unos 400.000 refugiados del vecino Sudán del Sur.
Comenzamos a trabajar en este centro de salud a principios de 2017 y, actualmente, nuestros equipos apoyan la sala de urgencias, la unidad de maternidad, el quirófano y la sala de hospitalización quirúrgica. Desde entonces, el número de pacientes ha aumentado constantemente, en parte debido a que proporcionamos servicios médicos gratuitos y de calidad que son bien recibidos tanto por la población local como refugiada.
«En realidad, cursé enfermería para hacer trabajo humanitario», explica cuando le preguntamos por las razones para venir desde Canadá a este hospital en el Cuerno de África. “Siempre me motivó. Había trabajado ya en zonas remotas del norte de Canadá. Tengo mucho respeto por el principio de MSF de no verse influido por los poderes de turno. Me gusta la independencia, no estar influenciados por dinero de fuentes con las que no estamos de acuerdo», explica.
Rebecca recuerda su primer paciente en Gambela: un bebé de apenas 2 meses. Cuando entró en urgencias, requería resucitación. Sufría diarrea acuosa severa y estaba completamente deshidratado. No era posible conseguir un acceso intravenoso normal, por lo que tuvieron que colocar una vía intraósea en su pierna. “El pobre chico había perdido muy rápido demasiado peso. Lo tuvimos ingresado cuatro días para tratar la gastroenteritis aguda; habría muerto de lo contrario. Se marchó a casa gordito y sonriente«, explica Rebecca, también con una sonrisa dibujada en la cara.
Lo que más le impacta de este nuevo entorno es la limitación de los recursos y la falta de instrumentos de diagnóstico. Tener un monitor cardíaco, por ejemplo, no es algo habitual, por lo que es difícil seguir el ritmo cardíaco de un paciente. «Nunca he trabajado así antes. Haces el mejor diagnóstico clínico posible y comienzas el tratamiento, pero puedes equivocarte y tener que cambiar. No pasa nada cuando cuentas con tiempo, pero si no lo tienes… Cuando tienes recursos limitados, debes confiar en tu juicio clínico», afirma con un atisbo de duda en el rostro.
Mientras aun reflexiona sobre lo que acaba de decir, Rebecca recorre con su mirada las camas de hierro y la detiene en un chico que ha sido ingresado hace poco. El idioma es un obstáculo, así que solicita ayuda a un colega etíope.
Meer es un niño pequeño de un campo de refugiados sursudaneses cercano a Gambela. El médico cree que se trata de una gastritis aguda y sus compañeros ya le han puesto un catéter. Rebecca revisa al niño, somnoliento, y se cerciora de que las instrucciones del médico se están siguiendo correctamente.
Admite que no esperaba que una parte tan grande de su trabajo fuera la gestión del personal y del departamento en lugar de pasar tiempo con los pacientes. «El ámbito en el que más he aprendido ha sido en el de gestionar», mantiene. «Pero estoy muy impresionada con el compromiso demostrado por los trabajadores locales. Muchos vienen de otros lugares de Etiopía y ven a su familia tan solo tres veces al año. Probablemente han estado trabajando varios años con MSF, es toda una carrera profesional».
Rebecca hace una visita rápida al laboratorio donde solicita unos resultados de malaria. La enfermedad supone un gran problema, y los casos en esta época del año se disparan. «Pero ahora no es solo temporada de malaria», dice, mientras pela un mango durante un breve descanso. “Actualmente tenemos muchas lesiones relacionadas con el mango, especialmente de niños algo mayores que trepan a los árboles y se caen. Tenemos muchas fracturas por esta causa: cinco en las últimas dos semanas. Por fortuna contamos con un cirujano ortopédico”. Muerde la fruta y respira profundamente en medio de un calor abrasador. «Aquí me como un mango al día. Me ayuda a lidiar con el calor, o al menos eso es lo que creo».
En el lejano horizonte se están formando unos oscuros nubarrones y se huele el olor a lluvia en el aire. Rebecca mira al cielo. “Aparentemente, una vez termina la temporada del mango, empieza la temporada del cocodrilo, en torno a mayo. Sube entonces el agua del río después del inicio de la estación de lluvias, y los cocodrilos se acercan a la orilla, donde la gente se baña y lava ropa. Así que los ataques de cocodrilos formarán parte de la nueva agenda en la sala de urgencias«.
Tras el descanso, Rebecca aprovecha para visitar a Bantol, en la sala de hospitalizaciones quirúrgicas. Bantol es un niño de 12 años que se cayó de un árbol y necesitaba una fijación en la parte inferior de su pierna. Quiere saber si va a volver a trepar a por más mangos una vez su pierna esté curada. La pregunta lo hace reír y negar con la cabeza.
Después, Rebecca vuelve corriendo a la sala de urgencias. Su trabajo es estresante, pero rebosa energía. “Todos tenemos nuestros momentos de estrés cuando no estamos preparados o nos invaden las dudas, pero no me arrepiento de estar aquí. Hay momentos en los que parece que no doy abasto, pero al mismo tiempo tengo la sensación de ir acostumbrándome al ritmo. Me encanta estar aquí».
Cuando Rebecca ayuda a un paciente a levantarse, sus bíceps se marcan bajo la camiseta de MSF. Hace un tiempo completó un triatlón Ironman. “Solo hice uno. Pero veo muchos paralelismos entre hacer un Ironman y mi trabajo aquí. Es un gran objetivo que cumplir y no se logra en la primera etapa. Se trata de caminar, conocer tus fortalezas y debilidades: saber cuándo puedes dar algo de ti, cuándo necesitas superarte. Y hay que observar todo el proceso. Si pones demasiado el foco al principio, no tendrás éxito».
Estar con Médicos Sin Fronteras (MSF) por primera vez en la concurrida sala de urgencias del hospital de Gambela parece requerir exactamente la misma resistencia y energía.