“He trabajado casi un año en medio de un gran campo de refugiados en Etiopía, en la frontera con Sudán del Sur. Allí, Médicos Sin Fronteras (MSF) gestiona un centro de salud con capacidad de 120 camas. Ví mucho sufrimiento y necesidades en ese lugar, pero también ví mucha alegría porque soy una partera. En cualquier lugar del mundo, cuando nacen los niños siempre es un momento especial.
Mi nombre es Christine Tasnier y esta fue mi primera misión con MSF. Esuve allí hasta noviembre de 2018 y me gustaría compartir mis experiencias e impresiones con ustedes.
54.000 refugiados
El campo de refugiados de Kule alberga a 54.000 personas, la mayoría vive aquí desde hace casi cuatro años, cuando huyeron debido a la guerra civil en Sudán del Sur. Han construido chozas simples de madera y láminas de plástico. A menudo tienen un máximo de cuatro metros cuadrados en el interior y la mayoría de los refugiados no poseen más que unas pocas colchonetas para dormir.
También hay lugares con bombas de agua que deben ser compartidas por cientos de personas. Desafortunadamente, de vez en cuando el agua deja de correr; por lo que las personas tienen que conseguir su agua de charcos o de un pantano adyacente.Nuestros promotores de salud les dicen que no pueden beber esta agua, o al menos no sin hervirla antes. Pero la leña es un artículo demasiado valioso para ellos.
Cuando caminas por las calles sucias y llenas de lodo del campo, notas las pequeñas chozas de hierro corrugado en los costados, reflejando el sol. Si abres la puerta, encuentras una placa en el piso con dos huellas y un agujero, una letrina muy sencilla. La gente en el campo tiene dilemas existenciales que yo, como británica, nunca he experimentado.
Un colega del equipo móvil me dijo que conoció a una mujer que estaba en su choza. Tenía una herida inflamada, así que le preguntó si debía acudir a nuestro centro de salud. «Definitivamente», fue la respuesta de mi colega. Pero la mujer vaciló, pues era el día de la distribución de alimentos y no podía perdérsela. La comida es prácticamente la única forma en que los refugiados pueden sobrevivir. Por eso ella no quería ir al centro de salud hasta el día siguiente, a pesar de tener un gran dolor. Y tenía otra preocupación: ¿la trasladarían al hospital más grande fuera del campo? Porque en ese caso, sus hijos se quedarían solos. Mi colega no podía prometerle eso, pero esperábamos que la mujer tuviera el valor de venir con nosotros para recibir tratamiento.
Noches de esperanza por la paz
También hay una iglesia en el campo donde a menudo he ido con mis colegas traductores, que viven aquí como refugiados. Las misas siempre son muy largas. Una vez pregunté por qué, las mujeres me contestaron: “rezamos por la paz en Sudán del Sur. Por eso debemos rezar durante mucho tiempo”.
Por la noche, cuando estoy recostada en mi cama, a menudo escucho canciones y vítores cuando se difunden noticias de que hay un nuevo acuerdo de paz en Sudán del Sur. La gente está ansiosa por volver a casa, pero sus esperanzas se desmoronan cada vez más.
En las noches de esperanza, llaman a los bebés «Esperanza» o «Paz«, porque es una costumbre en Sudán del Sur nombrar a tu hijo de acuerdo con las circunstancias de su nacimiento. Uno de nuestros traductores se llama Mosquito porque había muchos mosquitos volando durante la noche de su nacimiento. Es una persona increíblemente feliz y cálida.
Hace un tiempo me dijo con orgullo que su sobrina, Nyadak, estaba embarazada, y estaba claro que iría a dar a luz con nosotros en el centro de salud.
Un parto y una buena decisión
Recientemente, Nyadak vino a nosotros ya en labor parto. Al principio todo iba bien, pero luego nos dimos cuenta de que el parto no estaba progresando. Revisé su vientre y sentí que el bebé no se había girado correctamente. Probamos diferentes posiciones de nacimiento que desafortunadamente no funcionaron. Finalmente decidimos trasladar a Nyadak al hospital en Gambella, que también cuenta con el apoyo de MSF. Allí, nuestros colegas pudieron realizar una cesárea de emergencia. El viaje a Gambella tomó una hora y media sobre un camino lleno de baches. Afortunadamente, todo salió bien y el equipo del hospital pudo dar a luz a un bebé sano de Nyadak.
Nyadak regresó a nuestro departamento de maternidad un día después. Mosquito y yo la saludamos calurosamente y la alegría de la reunión fue grandiosa. En mi alegría, sin embargo, me pregunté en silencio qué habría pasado si MSF no estuviera aquí.
Sin ayuda médica, Nyadak y su hija, a quien llamó Nyamire, habrían estado luchando por sus vidas… fue una buena decisión trasladarla al hospital a tiempo. Por cierto, Nyamire significa «decisión». Su madre dijo que a pesar de todas las dificultades, el bebé decidió vivir. Un nombre realmente apropiado, en mi opinión.
“Los familiares y vecinos comenzaron a rezar y cantar”
La vida en Kule está llena de dilemas para las personas. Al mismo tiempo, experimenté mucha calidez y humanidad. Nadie se queda solo, y hay un parto reciente que no puedo sacar de mi cabeza.
Desafortunadamente, fue una muerte fetal. El corazón del bebé ya había dejado de latir en el útero. Sin embargo, la madre todavía tenía que dar a luz al niño y sangraba mucho. El ambiente en la sala de maternidad era muy tenso. Todos sabían que se trataba de una situación de vida o muerte. Recientemente había realizado un entrenamiento con mi equipo de parteras etíopes sobre cómo detener este tipo de sangrado. El equipo tomó todas las medidas que aprendió: drenar la vejiga con un catéter, administrar medicamentos para contraer el útero y, finalmente, comprimir el útero.
Familiares y vecinos comenzaron a rezar y cantar. Y, después de lo que pareció una eternidad, el sangrado finalmente se detuvo. Me encontraba agotada físicamente por la postura tensa, pero al mismo tiempo estaba feliz. Mi equipo y yo lo hicimos juntos. Nos abrazamos alegremente.
En general, siempre me impresiona cuánta felicidad y energía positiva proviene de las personas que viven aquí en medio de todas estas dificultades. Los Nuer, como se llama en el campo al grupo étnico de Sudán del Sur, son muy optimistas desde mi punto de vista. Su actitud básica es siempre: «pase lo que pase, estará bien«.
Estoy decidida a recordar esto en mi día a día. Hay muchas cosas que te estresan en la vida cotidiana, a pesar de que son completamente innecesarias.
Veré si puedo introducir más serenidad en mi vida cotidiana. El trabajo aquí es muy gratificante. Es enriquecedor trabajar junto a personas de tantos países diferentes. He llegado a apreciar no solo a mis colegas del campo de refugiados, sino también a todo el personal etíope y a mi equipo internacional.
Todos compartimos el deseo de brindar atención médica de emergencia a los más vulnerables, quienes de lo contrario no recibirían tratamiento. Es importante para nosotros que MSF no pregunte sobre el origen, la religión o las creencias políticas de las personas.
Sin olvidarlos
La gente aquí me agradece una y otra vez por estar con ellos y no olvidarlos. La vida en el campo depende de la ayuda humanitaria. Tan pronto como sea posible, estas personas regresarán a Sudán del Sur y volverán a tener el control de sus vidas. Esto se aplica aquí y en otras regiones que se encuentran en crisis en todo el mundo.
Como en la República Centroafricana, por ejemplo, donde cientos de miles de personas han huido de la inestabilidad y ahora se encuentran desplazadas dentro de su propio país o viviendo como refugiados en países vecinos. O en el campo de refugiados más grande del mundo, Kutupalong, que se encuentra en Bangladesh y es hogar de más de 900.000 refugiados rohingya.
Nuestros equipos están trabajando en lugares donde, de no estar presentes, las personas no tendrían asistencia médica. Como aquí, en Kule.»