Hadija Isaac Abdu juega con la jeringuilla de plástico con la que alimenta a su hijo de 3 años con desnutrición severa, en el centro de estabilización de Médicos Sin Fronteras (MSF) del campo de refugiados de Malkadida, en Liben, Etiopía. Somos agricultores, cultivamos maíz y sorgo. Teníamos vacas. La cosecha no llegó por la sequía y cuando se murió el ganado decidimos ponernos en camino. Tardamos siete días en llegar caminando y sin comida. Comíamos sólo lo que nos daba la gente por caridad en el camino.
Yussuf Jemale Hassan, de 51 años y padre de seis hijos, llegó a los campos de refugiados etíopes desde Garbaharey. Tenía 40 camellos y 150 cabras. Cuando me marché, quedaban dos camellos y cinco cabras. Ahora no tengo manera de ganarme la vida, ningún lugar en paz al que regresar. En Somalia sólo quedan minas, guerra y hambre.
Las historias de Hadija Isaac y de Yussuf Jemale, son, sin apenas variación, la historia de buena parte de los 118.000 refugiados somalíes en los campos de la región etíope de Liben, casi la mitad llegados en los últimos meses huyendo del hambre, la sequía y una guerra de dos décadas. La entrada masiva de refugiados ha desbordado la capacidad de los campos de Liben, concebidos para albergar a 45.000 personas, una situación que se agrava con unos niveles de desnutrición muy elevados: uno de cada dos niños menores de 5 años que arriban a los campos etíopes de Liben están desnutridos, según las evaluaciones rápidas que MSF realiza de forma sistemática entre los recién llegados.
Combatir la desnutrición
Esperaron las lluvias hasta el último momento. Pastores seminómadas, pequeños agricultores, no se habían planteado tener que salir de su país. Fue su último recurso por la falta de precipitaciones, la muerte de su ganado (su principal sustento) y la falta de cosechas, en un país inmerso en 20 años de conflicto. Cuando salen de Somalia, muchos niños ya se encuentran desnutridos, y la larga caminata para cruzar la frontera para algunos de hasta 20 días contribuye al deterioro de su estado.
En junio eran miles los que llegaban cada día (2.800 sólo el 28 de ese mes). Me impactó mucho el caso de una abuela que llegó con sus tres nietos pequeños. Los tres murieron nada más llegar. Llegaron demasiado tarde, no se pudo hacer nada por ellos, recuerda Kadir Abdi Ahmed, enfermero de MSF en el campo de prerregistro de Liben, el primer asentamiento al que acceden los refugiados tan pronto cruzan la frontera.
Abdi forma parte de un equipo que evalúa el estado de salud de los recién llegados para poder transferir de inmediato a los que están más graves a los centros de salud. Sólo en el mes de julio, MSF ingresó a 200 niños en sus centros de estabilización para pacientes con desnutrición severa y complicaciones médicas, como infecciones o diarreas persistentes.
Vendimos las últimas cabras para comprar algo de comida para el camino, dice Amina Dakey, de 30 años, que recuerda los precios prohibitivos que el maíz y otros alimentos básicos alcanzan en los mercados somalíes. Desde Dinsor fueron 10 días de camino. La comida no fue suficiente, y uno de sus pequeños ha tenido que ser ingresado en uno de los programas de nutrición de MSF en los cinco campos de Liben, donde ofrece tratamiento nutricional a más de 10.000 niños. La organización reparte asimismo comida (harina y aceite) a sus familias, para evitar que éstas compartan los alimentos terapéuticos del hijo desnutrido con los demás, todos con hambre.
Combatir la enfermedad
Arrasada por 20 años de conflicto bélico, el acceso a servicios de salud, hospitales o ayuda humanitaria en Somalia ha sido difícil – sino imposible – para una buena parte de la población. La gran mayoría de los niños refugiados no ha recibido vacunación alguna, ni las madres atención pre o postparto. MSF ha iniciado una campaña de vacunación masiva a los menores de 15 años contra el sarampión, una enfermedad altamente infecciosa que, conjugada con niveles de desnutrición elevados, puede ser letal. En cuatro días, pretende vacunar a 20.000 niños en el campo de Kobe (lo que se añade a la vacunación rutinaria en los centros de salud).
El hacinamiento en los campos (más del doble de su capacidad, a falta de que se abran en breve dos campos más) supone que el riesgo de epidemias sea más elevado. Con mayores necesidades de comida y agua y falta de saneamiento, muchos de los niños ingresados lo son por diarreas persistentes y por infecciones respiratorias.
MSF ha aumentado su capacidad operativa en los campos de Liben con cerca de 700 trabajadores locales y 40 internacionales, ha enviado 855 toneladas de alimentos terapéuticos preparados, comida y material médico, y está ampliando los centros de salud en los campos, tanto en los que llevan más tiempo establecidos (Bokolmayo, Malkadida, campo de tránsito), como en los abiertos recientemente (Kobe y campo de prerregistro).
Será difícil volver a Somalia
La causa principal de la salida de Somalia de millares de personas en los últimos meses tiene dos nombres: sequía y hambre. Pero la causa de que la gran mayoría de los refugiados vean complicado su regreso al país tiene otro, distinto: guerra. No, no creo que podamos volver a Somalia. No creo que allí podamos encontrar, a corto plazo, lo que necesitamos: paz y algo para comer, dice Hadija. Sonríe un poco: su niño se está recuperando, y añade: Espero reunirme con mi madre. Se quedó con nuestras dos últimas vacas y decidió ponerse en camino cuando también murieron. Se ha traído sus pieles para dormir sobre ellas. Está en el campo de tránsito y espero que pueda venir pronto con nosotros. Será difícil volver a Somalia.