“Mi verano en una isla griega comenzó a finales de mayo.
Llevo tres meses trabajando como directora de actividades médicas en la clínica de salud mental de Médicos Sin Fronteras en el puerto de Mytilini, en Lesbos. La clínica es un edificio de cuatro pisos construido en el área residencial de la cuidad, con vista hacia el Mar Egeo y a la distancia una borrosa Turquía, con varios cafés y bares para visitar en las tardes y playas para explorar los fines de semana.
El acuerdo Unión Europea-Turquía
No obstante, Lesbos es uno de los principales puntos de llegada para las personas que huyen de conflictos, adversidades extremas y persecución. Es la puerta trasera para entrar a Europa, pero esta fue cerrada firmemente a causa de la declaración firmada entre la Unión Europea (UE) y Turquía en marzo de 2016.
Este acuerdo tiene como objetivo frenar la llegada de migrantes y refugiados de Turquía hacia Europa al permitirles que sean devueltos a Turquía por la fuerza o forzándolos procesar sus solicitudes de asilo en una de las cinco islas conocidas como “hotspots” o “puntos de acceso”, de las cuales Lesbos es la más grande. Durante ese tiempo no tienen permitido salir de la isla a menos que se encuentren en “situación de vulnerabilidad”, según lo definido por la ley griega.
La mayoría de los migrantes “confinados” en Lesbos viven en el campo de Moria, el cual se extiende en las colinas cubiertas de olivos a quince minutos en auto de la ciudad. Sin embargo, el campo de Moria no hace nada para ocultar sus orígenes como una antigua base militar y está rodeada por altas vallas de metal cubiertas con alambre de púas.
Construido originalmente para 2.500 personas, y cuya capacidad se aumentó a 3.100 habitantes, actualmente el campo de Moria está saturado con más de 9.000 personas que han permanecido aquí durante meses e incluso años, mientras esperan que se realice el largo proceso de sus solicitudes de asilo.
El acuerdo UE-Turquía alega proteger a los migrantes y refugiados de poner sus vidas en peligro durante sus trayectos a Europa, pero no ha hecho que disminuya la afluencia de personas que tienen tan pocas opciones de lugares a los que pueden ir.
La sobrepoblación, las inhumanas condiciones de vida, el limitado acceso a los servicios de salud, la exposición a la violencia y la falta de protección en el campo contribuyen a la miseria en la que viven las personas en este lugar.
Es difícil creer que ésta es la Europa dónde entro en vigor la Convención Europea de Derechos Humanos.
Dentro del campo de Moria
En todas partes, los migrantes viven en contenedores de transporte que fueron convertidos en pequeños espacios para vivir, y en carpas revestidas con material del ACNUR.
Grandes estructuras de lona, también conocidas como «pasillos Rubb», albergan a más de 100 personas cada una, y la única privacidad que tienen se las brindan las mantas grises que se usan como pantallas.
En otros sitios dentro del campo, hay tiendas más pequeñas que se alinean en los caminos y llenan las brechas entre otras estructuras. A través de una brecha en la valla del perímetro, hay un área que sigue expandiéndose llamada “Olive Grove”. Esta zona cuenta con más asentamientos precarios y residuos de fogatas que se prendieron para cocinar en terrenos irregulares, las recientes imágenes tomadas por drones muestran que ahora es más grande que el mismo campo de Moria.
A lo largo del campo, hay contenedores de transporte que fueron adaptados por Médicos Sin Fronteras para albergar inodoros y bloques de duchas.
Sin embargo, según cifras recientes, hay entre 62 y 70 personas por cada inodoro y 84 personas por cada ducha en la parte principal del campo y en Olive Grove.
Esto es, respectivamente, dos veces y tres veces más que los estándares mínimos internacionales durante una emergencia humanitaria.
Hay varias filas largas y estrechas marcadas por cercas de metal a las que las personas deben ingresar para integrarse a las filas para conseguir comida. Cada una está llena de hombres que deben esperar hasta tres horas para recoger su suministro diario de alimentos.
Las personas también se amontonan alrededor del recinto fortificado, lugar al que tienen que acudir para tan esperadas entrevistas de solicitud de asilo, y tal vez la próxima decisión determinará a dónde irán desde aquí.
Luego está el centro de detención para aquellos que, debido a su país de origen o porque sus solicitudes de asilo han sido rechazadas, se consideran «inadmisibles» para la UE. Estas personas se enfrentan a ser devueltas a Turquía o incluso a los países de los que han huido en primer lugar.
Acceso a la atención médica
El acceso al proveedor de salud designado por las autoridades griegas en el campo es limitado. Quienes buscan atención médica deben proporcionar una hoja de cita o, de alguna forma, demostrar su necesidad por ver al proveedor de asistencia médica a los oficiales de policía que controlan la entrada al sitio donde se encuentra la clínica.
Su clínica está en otro contenedor adaptado. Cuenta con dos salas abarrotadas de escritorios, personas y equipo técnico. En mi última visita para hablar con el hombre que está a cargo, tiramos una lata de Coca Cola porque había muy poco espacio para movernos, y estábamos separados solo por una cortina del paciente que yacía en una camilla justo detrás de nosotros.
De hecho, solo hay un médico trabajando en la clínica, por lo que a Médicos Sin Fronteras y a un número cada vez menor de pequeñas ONG les toca intentar brindar atención médica básica a las personas que viven en el campo.
Todas las ONGs reportan que los problemas de salud mental predominan entre las personas que sí pueden ver a sus enfermeras o doctores.
En las organizaciones más pequeñas hay voluntarios que con frecuencia sólo vienen durante un par de semanas. Hay poca capacidad para tratar a pacientes que son especialmente vulnerables o cuya condición requiere algo más que una breve evaluación para decidir su diagnóstico.
“Gritan toda la noche”
Nuestros equipos multidisciplinarios reciben pacientes referidos de otras ONG que trabajan en Moria, pero sólo somos capaces de aceptar a aquellos que presentan síntomas psicóticos persistentes, que han intentado suicidarse, sufren abandono significativo o son incapaces de funcionar.
Me abruma la gravedad de cada referencia que llega a mi correo…las historias de encarcelamiento, tortura, pérdida o desaparición de múltiples familiares son comunes.
Sus síntomas son múltiples y complejos:
“No habla”, “nunca duerme”, “necesita ayuda para comer y asearse”, “grita durante toda la noche”, “escapa”, “duerme en el bosque”, “tiembla de miedo”, “no reconoce a sus amigos”, “murmulla”, “no hace contacto visual”, “está tan inquieto que tiene que ser atado”, “escucha voces que cada noche lo incitan al suicidio”, “intentó ahorcarse y sus amigos cortaron la cuerda”.
Los pacientes que esperan sentados en sillas de plástico lucen perdidos y derrotados. Hay pocas conversaciones o actividad, algunos duermen con la cabeza entre sus brazos cruzados o medio acostados en el sofá que está bajo el logo de MSF pintado en la pared.
A menudo vienen a la clínica sólo porque un “amigo” los trajo aquí. Usualmente su “amigo” es la persona que duerme junto a ellos en su contenedor o tienda, que está cansado de escucharlo gritar por las noches, es quien hace que coma y se aseé, quién lo vigila para evitar que se haga daño a sí mismo y quien lo lleva varias veces al día o a la semana para que lo examinen y le den sus medicamentos.
Sigo a un paciente por las escaleras de la clínica mientras sostiene sus pantalones para evitar que se caigan… sus vecinos le quitaron el cinturón que usó para intentar colgarse.
Una ventaja de que el campo de Moria esté sobresaturado es que siempre hay alguien cerca para quitar la cuerda o el cuchillo de la mano de una persona cuya desesperanza se ha vuelto insoportable y quiere acabar con su vida.
Trastornos disociativos
Algunos pacientes apenas se comunican, algunos están tensos y temerosos, y otros reaccionan a voces que escuchan y cosas que ven que en realidad no están ahí. Hay pacientes que presentan trastornos disociativos durante la consulta con el médico y de pronto desconocen su entorno y se comportan como si estuvieran sufriendo de nuevo tortura o maltrato.
Un viernes, el trastorno de un paciente se prolongó durante horas.Tenía los ojos muy abiertos y miraba alrededor de la habitación con los puños apretados en sus costados, de repente, se quedó firme y saludaba, golpeando la pared detrás de él y murmurando algo a la persona o personas que percibía estaban allí con él.
A pesar de garantizarle constantemente que se encontraba a salvo y en la clínica de MSF, apenas estaba consciente de nuestra presencia. No dejaba de oler un tubo de ungüento, parecía ser lo único que ayudaba a restaurar su sentido de la realidad y permitirle volver a estar con nosotros. Finalmente logramos persuadirlo de que tomara un par de pastillas y se quedó dormido.
Al final de la tarde, después de despertarlo, lo enviamos de regreso con unas pastillas más, cruzando los dedos esperando que sobreviviera en Moira durante el fin de semana.
Debió ser enviado al hospital local para ser internado y observado, pero todos los residentes del campo vistos por el psiquiatra local son diagnosticados con “un problema causado por el estilo de vida”. En realidad, no hay acceso a una atención psiquiátrica con capacidad de hospitalización para nuestros pacientes.
Torturas, violaciones y bombardeos
Un hombre de veintitantos años ha intentado suicidarse en varias ocasiones. Lidia con la humillación y desesperación que le causan su incontinencia urinaria y fecal crónica provocada por la tortura en su país. No tiene dónde quedarse, pues debido a su olor siempre le piden que se aleje.
Le proporcionamos su propia tienda y estamos buscando transferirlo urgentemente a Atenas para una investigación más extensa y para mejorar sus condiciones de vida.
Incluso para alguien con sus necesidades, se requiere una enorme cantidad de tiempo y esfuerzo por parte de nuestros trabajadores sociales, así como la intervención de nuestro coordinador de terreno y otros responsables de la toma de decisiones para lograr este tipo de resoluciones, y es algo que hacemos caso por caso.
Una mujer afgana se tensaba con cada pequeño ruido o interrupción mientras me hablaba sobre sus múltiples pesadillas, escenas retrospectivas (flashbacks) y miedos desde que fue torturada y violada “miles de veces” frente a su hijo por varios hombres talibanes que irrumpieron en su casa.
Mantuvo esta situación oculta de su esposo, pues creía que su nuevo bebé era consecuencia de su terrible experiencia. Luchaba por amar a ese niño y por cuidar a sus otros hijos, mientras su esposo cocinaba y cuidaba de ellos.
Lloraba y temblaba mientras me hablaba sobre cómo recuerda lo que le sucedió, y el hecho de que es una parte constante de su vida cotidiana que la asusta de todo lo que la rodea; ahora cree que no vale nada. En repetidas ocasiones me dijo que su vida había terminado y que todo el tiempo deseaba morir.
Hay una mujer siria que no hace contacto visual y apenas habla (incluso en nuestra cuarta reunión con ella), mientras que su esposo nos cuenta que uno de sus hijos y otros miembros de la familia murieron hace tres años a causa de una bomba.
No suelta a su pequeño hijo para nada, aunque llore y no deje de moverse en su intento por bajar de su regazo. Cuando una avioneta pasa zumbando lentamente por encima de nosotros, sujeta a sus dos hijos y con la otra mano sostiene a su esposo.
Considero que hemos progresado, pues al final de nuestra última consulta me permitió sostener su mano brevemente.
Un ambiente inseguro
La mayoría de nuestros pacientes están diagnosticados con depresión y trastorno de estrés post-traumático, en conjunto con psicósis y trastornos disociativos.
Con frecuencia necesitan medicamentos antipsicóticos y una observación meticulosa hasta que sean capaces de acudir con nuestros psicólogos. Es imposible rehabilitarlos mientras experimenten traumas continuos y tengan incertidumbre sobre su futuro, por esto buscamos cierto grado de estabilización y una mejora en su funcionamiento diario.
Intentamos crear un ambiente seguro y construir una relación de confianza con cada paciente para poder enfocarnos en sus fortalezas y mecanismos de imitación que les permitan sobrellevar el estrés y las continuas dificultades en sus vidas.
Estos detonantes pueden incluir: el ruido, ver hombres uniformados y la presencia de violencia regular (hay peleas en las filas para conseguir alimentos y la otra clínica de MSF, justo a las afueras de Moria, lidia con casos frecuentes de violencia sexual. Desde que estoy aquí esto también ha provocado dos riñas entre grupos étnicos), sin embargo, existen pocas alternativas disponibles de acomodo. Tratamos de reubicar a los pacientes fuera del campo de Moria, con el objetivo de mejorar sus condiciones de vida y alejarlos de varios detonantes que los volverían a traumatizar.
No podemos referir a pacientes psicóticos o suicidas al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR por sus siglas en inglés) pues insisten en que esas personas primero sean estabilizadas. En esencia, esto significa que quienes más podrían beneficiarse están demasiado enfermos mentalmente como para salir de Moira.
Hacemos lo que podemos para ayudar a estos pacientes, pero sólo vemos la punta del iceberg. No hay suministros para tantas personas, cuya salud mental es incapacitante, pero no lo suficiente como para cubrir los requisitos.
“Casi la mitad de los recién llegados son niños”
Cada vez vemos a más y más niños aquí, en la clínica pediátrica de MSF. Presentan problemas de comportamiento, tienen pesadillas y mojan la cama. Los síntomas tienen raíz en sus traumas y pérdidas, así como los de sus padres, y empeoran por la continua violencia de la que son testigos en el campo.
Pero de nuevo, no hay nadie que pueda ayudarlos. En la isla no existe el acceso a psiquiátras o psicólogos infantiles. El número de llegadas sigue incrementándose: es mediados de septiembre y 519 personas llegaron en cuatro botes durante el reciente fin de semana.
Actualmente las personas vienen principalmente de Siria, Afganistán e Irak. Y con los cambios demográficos, vemos muchas familias: casi la mitad de los recién llegados son niños.
Una batalla continua
Es complicado comprender la logística de procesar y cubrir las necesidades básicas de una afluencia de personas que nunca acaba, sin contar las necesidades más amplias de un grupo tan vulnerable y traumatizado.
Pero tampoco es ciencia avanzada, y parece que la falta de voluntad política hace que todo esto empeore.
Mi meta diaria es no abrumarme tratando de ayudar a quienes tienen un pasado y presente tormentoso, que tienen múltiples niveles de trauma en sus vidas y sólo están tratando de encontrar paz, dignidad y esperanza para ellos y para el futuro de su familia.
Soy afortunada por tener a un gran equipo de trabajo. Seguiremos luchando para cubrir la gran cantidad de acciones que deberían hacerse, pero no se hace, por estas personas.»