Cuando la guerra estalló en Yemen, Sana acababa de licenciarse en Medicina y estaba fuera del país. Al escuchar la noticia, se sintió obligada a regresar a Taiz, donde se producían los enfrentamientos más intensos. Actualmente trabaja en el servicio de desnutrición de nuestro hospital materno-infantil de la ciudad. Ella misma nos brinda su testimonio.
La Dr. Sana (izquierda) cuando tuvo que atender el caso de los gemelos desnutridos ©Trygve Thorson/MSF
“Acababa de terminar de estudiar medicina en El Cairo cuando la guerra estalló en Yemen, mi país. Mi familia me aconsejó quedarme en Egipto por seguridad, pero yo quería ir a casa. Regresé el 25 de mayo de 2015. Al principio, me quedé con mi familia (mis padres, mis dos hermanos y mi hermana) en nuestra casa, en el centro de Taiz.
Un día, una bala dio en el marco metálico de la ventana mientras mi hermana y yo estábamos en casa hablando de un libro.
Nos salvamos por pura suerte. Nos tuvimos que marchar en julio. Para entonces, nuestra calle estaba llena de soldados y había fuertes enfrentamientos en el vecindario. Había tanques en las calles y se escuchaban disparos de artillería pesada y ametralladora. Nos enfrentábamos a la muerte. Cerca de nuestra casa había un gran centro comercial que los francotiradores utilizaban. Un día vi cómo pegaban un tiro a un chico de 18 años que caminaba por la calle. No era un soldado, estaba desarmado.
Nos fuimos al día siguiente. No tuvimos tiempo de recoger nuestras cosas. Solo pudimos llevarnos algo de ropa y los documentos más importantes. Nos fuimos con mi tío, que vive cerca de la Universidad, pero solo nos quedamos allí durante seis semanas porque la zona también se volvió inestable: había enfrentamientos cerca de su casa y caían misiles en el barrio. Decidimos marcharnos de Taiz. Nos fuimos a casa de mis abuelos, que viven en un pueblo bastante lejano. Nos quedamos ahí durante los siguientes nueve meses.
Fue una época increíblemente frustrante.
Se corrió la voz de que yo era doctora, así que la gente venía a buscarme todo el tiempo, pero yo, por desgracia, podía hacer poco por ellos.
Pude comprar algunos antibióticos, pero no logré conseguir insulina ni medicamentos para el asma, por ejemplo. Vi a muchas personas con sarpullidos y enfermedades en la piel: habían huido de sus hogares y estaban viviendo en muy malas condiciones, en edificios viejos y deteriorados. No podían comprar medicamentos. Algunas veces mi familia pagaba para llevar a estas personas a un hospital en Saná, que es un camino de seis o siete horas en coche.
Un día me encontré con una mujer que tenía cáncer. No podía conseguir el tratamiento y yo no podía ayudarla. Le di mi anillo de oro para que pudiera venderlo y pagar el viaje para ir a un hospital en Saná. Era más seguro estar en el campo, pero no podía hacer mucho en casa. Trabajé durante tres meses en un pequeño consultorio cerca de casa, pero no estaba cómoda porque prescribían más medicamentos de lo necesario para ganar más dinero. Así que renuncié.
El verano pasado me encontré con una vacante para un trabajo en el hospital de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Taiz. Pensé: “¡Eso es lo que tengo que hacer!”. Para llegar a la entrevista de trabajo, tuve que dar un rodeo por las montañas porque la carretera principal estaba bloqueada. El viaje me llevó cuatro horas, cuando normalmente habrían sido una o dos.
Comencé a trabajar con MSF en julio, así que nos mudamos otra vez. Ahora mis padres y yo vivimos a media hora del hospital.
Hubiera sido más seguro quedarnos en el campo, pero yo necesitaba trabajar. No me importa si este lugar es un poco más peligroso… solo sé que necesito trabajar.
Un día, mi padre iba a venir a buscarme al trabajo en una camioneta prestada. Esa tarde escuché una explosión: una bomba o misil había caído no muy lejos de donde estábamos. Yo sabía que mi padre iba rumbo al hospital, así que estaba muy preocupada por él. Afortunadamente, llegó bien, solo un poco más tarde de lo acordado. Me dijo que también había estado muy preocupado por mí, a pesar de que sabía que yo estaba trabajando en el hospital.
Realmente me gusta trabajar aquí, en el servicio de cuidados intensivos para pacientes con desnutrición.
La mayoría de ellos son niños muy pequeños, porque son quienes corren más riesgo de sufrir desnutrición severa. Tuvimos a un par de gemelos en el hospital, un niño y una niña; su familia nos dijo que no tenían nada que comer en casa. Los internamos y, al principio, respondieron bastante bien al tratamiento. Poco después pudimos pasarlos al programa ambulatorio de nutrición y solo tenían que ir al hospital una vez a la semana para ser examinados y recoger su alimento terapéutico. Lamentablemente, la niña empeoró rápidamente: un día llegó al hospital en tal mal estado que no pudimos salvarla. El niño sigue vivo, afortunadamente, pero aún está en tratamiento.
En un futuro, me gustaría ser pediatra. Quiero ayudar a las personas desde su nacimiento.
Tenía todos mis papeles listos para ir a El Cairo y especializarme, pero las cosas no salieron como lo había planeado y ahora el Ministerio de Salud no tiene dinero. Espero poder conseguir una beca y convertirme en pediatra”.