«Ese huracán vino con intenciones indisimuladas y enfermizas», dice Juan Jassiel Zárate con una mezcla de humor y horror. «Todavía no he podido recuperar varias de mis ropas, ni el único par de zapatos que tenía, y todas las medicinas que tenía para la diabetes nunca volvieron a aparecer. Creo que Otis se lo llevó todo». Zárate sigue en parte conmocionado por el huracán Otis que golpeó de madrugada la ciudad de Acapulco, México, lo que dejó un rastro de destrucción del que la gente apenas empieza a recuperarse.
Zárate comparte su experiencia en el exterior de la clínica móvil que instalamos en Potrerillo, uno de los barrios más afectados por el huracán. Los servicios de agua y electricidad siguen interrumpidos allí, y los servicios sanitarios tampoco funcionan plenamente.
Juan, que depende de la medicación habitual para controlar su diabetes, dice que, cuando fue al hospital local, le dijeron que sólo atendían casos de urgencia y que no tenían los medicamentos que necesita. «Antes de Otis, iba al hospital una vez al mes y me daban los medicamentos, pero después de esto, quién sabe cuándo se normalizará la situación«.
Él es una de las casi 600 personas que recibieron asistencia de nuestra organización hasta el 23 de noviembre, establecida para apoyar al sistema de salud tras el paso del huracán Otis:
«Hemos conocido a muchas personas con enfermedades crónicas que no tienen acceso a atención ni a medicamentos, así como a jóvenes con infecciones gastrointestinales, respiratorias y cutáneas. También mujeres en las primeras etapas del embarazo que empiezan a experimentar algunas complicaciones», explica Miriam Hernández, nuestra coordinadora médica de la clínica móvil.
Las consecuencias en la salud mental tras el paso del Huracán Otis
La salud mental también es una de las principales preocupaciones de nuestro equipo:
«No he podido dormir bien desde que tuvimos que vivir esta pesadilla», dice la señora Maritza Romero, de 63 años, cuya casa resultó gravemente dañada por el huracán. «Las imágenes de los depósitos de agua rompiéndose en mil pedazos por la fuerza de los vientos, y los golpes en las puertas como si alguien intentara romperlas, me vienen constantemente a la cabeza», dice.
«Durante nuestras actividades, hemos podido identificar síntomas de estrés agudo relacionados con el fuerte impacto del huracán, que causó múltiples pérdidas humanas y materiales a los habitantes de la ciudad», afirma Berzaida López, psicóloga de nuestro equipo de MSF en Acapulco. «Sin embargo, también hemos identificado problemas emocionales en las personas que son anteriores a la emergencia, y que se han intensificado y agravado por la magnitud de la emergencia que han tenido que afrontar.»
En los próximos días, nuestro equipo seguirá prestando asistencia en Potrerillo y reforzando las actividades de promoción de la salud en los alrededores para conectar con las personas que necesitan los servicios de la clínica. Para lograrlo, tendrán que superar varios retos. El barrio está situado en una zona empinada y montañosa de Acapulco, a la que puede resultar difícil llegar y desplazarse.
Simultáneamente, responderemos a las necesidades médicas y humanitarias en otras zonas de la ciudad donde se requiera nuestra presencia:
«Estamos en contacto permanente con las autoridades sanitarias y las organizaciones locales para decidir dónde y cómo tenemos que responder. Hemos encontrado una gran fuerza en una comunidad que ha puesto todos sus recursos a nuestra disposición para avanzar en la recuperación tras la catástrofe. Estas personas y organizaciones serán nuestros principales aliados para que nuestras actividades tengan el impacto esperado de mejora de la salud de las personas más afectadas», afirma Hernández.