En las consultas que llevamos a cabo a bordo del Ocean Viking, el barco de búsqueda y rescate que operamos junto a SOS Méditerranée en el Mediterráneo central, podemos reconocer a simple vista los rastros de la violencia física en los cuerpos de las personas que rescatamos.
Nos muestran cicatrices, numerosas huellas de heridas penetrantes por arma de fuego o causadas por puñaladas. También lesiones causadas por golpes y quemaduras en el pecho como una forma de “marcarlos” a la hora de venderlos. Mucha gente nos dice lo mismo: han sido tratados como si fuesen nadie, sin derechos humanos.
“Un segundo paciente, que había perdido dos dientes me explicó que se los habían arrancado los traficantes en Libia para mandárselos a su familia y pedir un rescate”.
Juan Pablo Sánchez, nuestro médico argentino a bordo, ha escuchado algunas historias terribles. Como la de una persona rescatada que le relató un momento aterrador, cuando en el lugar en el que estaba encerrado mataron a su amigo que estaba literalmente a su lado. “Un segundo paciente, que había perdido dos dientes me explicó que se los habían arrancado los traficantes en Libia para mandárselos a su familia y pedir un rescate”, recuerda. Y no se trata de un caso aislado. O la historia de un hombre a quien le dispararon en el pecho pero que, como era un inmigrante, no se le permitió ir al hospital. Uno de sus amigos tuvo que extraerle la bala con un cuchillo”, cuenta.
Libia no es un país seguro
Y es que la vida no es tal para miles de refugiados, migrantes y solicitantes de asilo que llegan a Libia procedentes de países como Costa de Marfil, Mali, Guinea y Sudán. Así, ante la falta de soluciones oportunas que ofrezcan alguna esperanza real, el único escape es el mar.
Pero desde que comenzaron los combates en Trípoli (Libia) en abril de 2019, la Guardia Costera de Libia, apoyada por la Unión Europea, ha retornado a cuatro veces más personas que las que han sido evacuadas o reasentadas en países seguros, según cifras de la ONU.
Pablo recuerda a un hombre que había ido a Libia a buscar trabajo. Como estaba en el país de forma irregular, no tenía literalmente derecho alguno. Trabajaba en la construcción. “Su jefe no estaba satisfecho con su trabajo, y un día de repente comenzó a golpearlo con un machete. El hombre trató de protegerse con los brazos. Vi que tenía marcas de heridas en manos, brazos, hombros y cabeza. Podías ver las cicatrices por toda la parte superior del cuerpo”, explica.
El dolor y la angustia de reconocer los cuerpos
Nuestro psicólogo Darío Terenzi se refiere al mismo dolor y traumas experimentados por decenas de rescatados.
«La fase de reconocimiento de los cuerpos, que duró unas tres horas, fue un momento de dolor y angustia. Todos estaban tensos y algunos temblaban ante el pavor de ver los cuerpos de quienes fueron compañeros de viaje. Podía sentir sus temores momentos antes de que vieran las fotos que mostraban lo que quedaba de su familia o amigos. Los cuerpos de los náufragos están muy deteriorados. Una niña nos preguntó por qué algunos se habían vuelto blancos. El agua del mar ha afectado los cuerpos hasta transformar el color de la piel. Les ha transfigurado hasta el punto de distorsionar los rasgos de los rostros. Por eso, el reconocimiento ha tenido lugar a partir de una prenda de vestir o de un signo en particular”.
Ha sido el caso de una niña marfileña que reconoció a una compañera fallecida en el naufragio por la sudadera que llevaba ese día. Estaba aterrorizada, pero quería volver a ver a su compañera. Momentos después de reconocer el cuerpo, se derrumbó. La asistimos y la acompañamos a su habitación donde, poco a poco y también gracias a la ayuda insustituible de sus compañeras, se recuperó. Antes de partir, nos saludó tímidamente y, esbozando una sonrisa, rezó para que Dios nos bendijera.
Todos nuestros pacientes han alcanzado un nivel suficiente de tranquilidad, aunque ciertamente no de serenidad. Cuando los vimos el primer día, tenían la mirada fija, estaban rígidos, algunos no hablaban nada. Incluso hoy muchos tienen pesadillas, dificultad para conciliar el sueño, miedo a quedarse a solas. Algunos no han dormido durante días, no tienen apetito. Cuentan que se sienten abrumados por imágenes y pensamientos intrusivos y que constantemente revisan y reviven las imágenes del naufragio. Prevalece y resulta palpable una fuerte sensación de inquietud, sufrimiento extremo y frustración. De hecho, muchos continúan preguntándose por qué todavía están vivos.