La organización expresa su grave preocupación por los riesgos que corren la salud y la vida de miles de migrantes y refugiados a su entrada y durante su estancia en Sudáfrica. Miles de personas vulnerables siguen sufriendo diversos tipos de violencia, se ven obligadas a vivir en condiciones deplorables, sufren acoso policial y ataques xenófobos y carecen de acceso a la atención sanitaria más esencial.
En la región de Musina, MSF ha sido testigo desde comienzos de 2010 de un importante número de ataques, robos y violaciones perpetradas por bandas violentas a ambos lados de la frontera. El riesgo de sufrir agresiones sexuales es verdaderamente alto y una muestra de ello es que MSF ha tratado a 120 supervivientes de este tipo de violencia en los primeros cinco meses del año.
En Johannesburgo, donde MSF atiende un promedio de 2.300 consultas mensuales, sus pacientes siguen enfrentándose al grave riesgo que plantean el hacinamiento al que se ven sometidos y las condiciones de insalubridad en las que tienen que vivir. Alrededor de 2.000 personas se siguen alojando en la Iglesia Metodista Central y unas 30.000 más ponen en riesgo su salud y su seguridad en edificios abandonados que a menudo carecen de agua, luz o de los servicios sanitarios más básicos.
Al menos cuatro veces en siete meses, miles de habitantes de estos edificios fueron expulsados a la calle por compañías de seguridad privadas cuyos empleados no dudan en emplear palos y balas de goma ante la pasividad de la policía. Estas personas se quedan en la calle sin ni siquiera acceso a los servicios de saneamiento más básicos, y no se les permite recoger sus pertenencias. En varias ocasiones, entre los expulsados hubo también enfermos crónicos y personas en estado crítico que necesitaban disponer de los medicamentos que estaban en el interior de las viviendas. Sin embargo, ante la imposibilidad de acceder a las mismas, muchos de ellos tuvieron que volver a ser analizados por un médico y durante algunos días su tratamiento quedó interrumpido, lo cual podría tener graves consecuencias para su salud.
En junio de 2009, MSF publicó un informe en el que daba la voz de alarma sobre la precaria situación sanitaria de las personas que entraban en el país y que luchaban por sobrevivir en los márgenes de la sociedad sudafricana. Hoy, transcurrido casi un año, su situación sigue siendo desesperada y, en gran medida, ignorada.
¿Que qué ha cambiado para todas estas personas durante este año? Muy poco. Se siguen jugando la vida para cruzar la frontera; sufren un número espantoso de violaciones a manos de las bandas, y luego tienen que afrontar la inseguridad de su estatus dentro del país. Muchos van a Johannesburgo, pero la vida que encuentran allí sigue siendo una amenaza para su salud, cuenta Mickael Le Paih, coordinador general de MSF en Sudáfrica.
Privados del acceso a una atención sanitaria básica y de un refugio temporal, la vida de los migrantes y los refugiados en Sudáfrica sigue siendo terriblemente dura y permanece bajo constate amenaza.
MSF lleva trabajando en Sudáfrica desde 1999 y cuenta con proyectos médico-humanitarios en Musina, en Johannesburgo y en Khayelitsha, cerca de Ciudad del Cabo.
Mirá el video «Migrantes y refugiados en Sudáfrica»: