Aïcha tiene nueve años. Vive en el campo de desplazados de Kindjandi, en la región nigerina de Diffa, a orillas del lago Chad y fronteriza con Chad y Nigeria. Fatsouma, la madre de Aïcha, cuenta su historia: “El grupo armado atacó nuestra aldea y nos obligó a huir. Oímos disparos, y a uno de nuestros primos le alcanzaron las balas perdidas cuando tratábamos de escapar. Aquí, Aïcha dejó de jugar y estaba siempre sentada y sola. Le costaba comer e iba perdiendo peso. Por la noche tenía pesadillas que la despertaban. Se levantaba y corría, huía, y yo tenía que salir detrás de ella”.
Las historias de Aïcha y de miles de niños que han buscado refugio en Diffa son muy similares. Víctimas o testigos de la violencia perpetrada por parte de grupos armados, secuestrados, separados de sus familias u obligados a huir, todos han sufrido historias de pérdida y miedo. Una vez asentados en lugares de relativa seguridad, muchos de ellos continúan reviviendo los eventos traumáticos.
Las cicatrices invisibles de la guerra
Los niños y adolescentes víctimas de conflictos deben lidiar con situaciones difíciles y recuerdos dolorosos, cuando aún no han desarrollado mecanismos de afrontamiento que les permitan lidiar con su sufrimiento. A menudo desarrollan trastornos de estrés postraumático o depresión. Los síntomas varían y pueden incluir: nerviosismo intenso y ansiedad, miedo constante e hipervigilancia, apatía y abstinencia, falta de apetito, conductas regresivas, pesadillas, agresividad y reconstrucción de la situación traumática a través del juego.
Sin embargo, en crisis humanitarias, la atención en salud mental y psicosocial a los niños suele ser una necesidad invisible y por lo tanto no se cubre, aunque el riesgo de desarrollar un trastorno mental a menudo se remonta a la infancia.
En Diffa, Médicos Sin Fronteras (MSF) lleva a cabo un programa de salud mental y apoyo psicosocial cuyo mayor desafío es aliviar las posibles repercusiones psicológicas y sociales de los eventos traumáticos en el mayor número posible de niños. Mediante la sensibilización comunitaria, la integración del trabajo de los centros de salud y varios programas de atención psicológica, el equipo intenta que la salud mental se incluya dentro del concepto de salud en la región.
Para conseguir que más pacientes jóvenes se unan a su programa de salud mental en Diffa, hemos formado a 100 trabajadores comunitarios para identificar los síntomas más frecuentes en problemas de salud mental. Gracias a esta estrategia, el número de niños atendidos ha aumentado exponencialmente. Solo entre los meses de marzo y junio de 2018, se llevaron a cabo cerca de 700 primeras consultas a niños menores de 14 años.
Jugar para recuperarse
“Para ayudar a estos niños, necesariamente les tenemos que hacer jugar. El trauma por el que han pasado puede afectar a las diferentes funciones mentales, tanto a nivel psicomotor, como afectivo y cognitivo. Y a través del juego no solo conseguiremos que se expresen, también vamos a favorecer su normal desarrollo”, explica Yacouba Harouna, psicólogo nigerino y supervisor de las actividades de salud mental de MSF en Diffa.
En 2017, menos del 10% de las personas asistidas por nuestro equipo de salud mental en Diffa fueron niños; en la primera mitad de 2018, fueron el 35%. Muchos de ellos mejoraron. Aïcha también está mejor ahora. “El programa le ha ayudado mucho. Ya no tiene pesadillas y ahora sale a jugar con sus amigos”, explica su madre.
Pero mientras el programa trata de apoyar a los niños para que superen el trauma, las razones subyacentes de su sufrimiento mental todavía están allí.
“Por desgracia, la situación en Diffa todavía no se ha normalizado. Los ataques en los campos continúan por lo que el conflicto sigue presente en la vida cotidiana de estos niños y adolescentes. Y además, la falta de medios y la incertidumbre sobre el futuro son una pesada carga para muchas familias; sin dinero ni posibilidades de trabajar, muchas personas dependen totalmente de la ayuda humanitaria”, explica Francisco Otero y Villar, jefe de misión de MSF en Níger.