Maryam Sofo es una viuda de 80 años, ahora vive en un campo para desplazados en Bama. Dos años antes, su familia dejó su ciudad en Banki, cerca de la frontera en Camerún, después de que los frecuentes ataques causaran una dificultad extrema en sus vidas. Maryam estuvo muy enferma para moverse, entonces su familia fue forzada a tomar la difícil decisión de dejarla atrás.
Después de que ellos se fueron, ella vivió sola, sobreviviendo con la comida que distribuían las organizaciones, pero para Maryam era muy difícil recoger leña o cocinar. En noviembre de 2018, se sintió los suficientemente fuerte para reunirse con su hijo y su familia en Bama, 60 Km al noreste. Pero llegando a Bama, encontró que la vida en el campo fue todo menos fácil.
“La vida acá es muy complicada”, dice Maryam. “Llegué hace 20 días, poco después de la distribución de comida y artículos de socorro que se llevó a cabo en el campo. No recibo nada desde que llegué acá. No tengo comida, ni cobija, no había bidón para recoger el agua, no hay alfombra o algo para dormir. Todo lo que tengo en este mundo es la ropa que cargo en mi espalda”.
Para Maryam, como para los casi dos millones de personas que fueron forzada a dejar sus casas en la región, el único cambio significativo con la llegada de la estación seca es un incremento en la violencia y la inseguridad, haciéndolo a ellos más vulnerables. Además de perder sus casas, varios han perdido a miembros de sus familias y sobrevivido a los ataques violentos. Confinados en los campos, sus posibilidades son extremadamente limitadas y dependen de la ayuda para sobrevivir.
“La gente ha estado varada en los campos por años”, dice Luis Eguiluz, Jefe de Misión en Nigeria.
“Tienen poca libertad para moverse fuera de los campos, lo que les impide mantenerse por sí solos, y les da pocas posibilidades de regresar a sus casas por el conflicto continuo”.
A pesar de la dependencia de la gente de la ayuda en los campos, no hay suficiente para todos. “La asistencia humanitaria es insuficiente y no cubre todas sus necesidades en términos de salud, agua, refugio y protección”, dice Eguiluz. “En Gwoza, hemos visto que la distribución de comida se ha reducido; en Pulka, el suministro del agua es inadecuado y 4.000 personas están en campos de transito esperando ser alojadas en los albergues. Pasa los mismo en Bama, donde las personas recién llegadas a veces duermen debajo de los árboles o tienen que compartir albergues comunales con otras 70 personas durante meses y meses”.
La entrega de ayuda en el noreste de Nigeria es un desafío por la situación de seguridad tan volátil y el hecho de que muchas áreas son inaccesibles para las organizaciones de ayuda humanitaria. Las operaciones militares están en curso en muchas partes del estado de Borno, y los ataques ocurren regularmente en las carreteras que conectan las ciudades, así como en los centros de estas. Como resultado, las organizaciones de ayuda se ven forzadas a depender de los aviones para transportar los equipos y los suministros a áreas afuera de la capital, Maiduguri. Pero, incluso en los lugares con menos restricciones de seguridad, a menudo no hay suficiente ayuda para todos.
Las malas condiciones de vida en los campos y la escasez de ayuda han provocados una serie de emergencias médicas, incluido un reciente brote de cólera. “MSF ha tenido que incrementar sus actividades en Maiduguri y en otras ciudades de Borno y Yobe en respuesta al brote de cólera declarados por el Ministerio de Salud en septiembre de 2018”, dice el doctor Louis Vala, coordinador médico de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Nigeria. “Solamente en 2018, MSF trató más de 8.000 pacientes enfermos de cólera y vacunó a 332.700 personas contra esta enfermedad”.
A comienzo de enero de 2019, MSF también intervino en Maiduguri para apoyar a los desplazados más recientes, proporcionándoles servicios médicos, cobijas y jabones, y construyendo letrinas. De hecho, más de 8.000 personas llegaron a Maiduguri en un par de semanas, después de huir del creciente conflicto en el norte del estado de Borno.
“La intensidad de la crisis y las consecuencias humanitarias no han disminuido”, dice Eguiluz, “mientras muchas personas que necesitan ayuda no la están recibiendo”.
Al mismo tiempo, OCHA estima que 800.000 personas están viviendo en áreas fuera del alcance de las organizaciones de ayuda. Si bien se conocen pocos datos concretos sobre sus condiciones de vida y necesidades, la condición de las personas que llegan de esas áreas es, en algunos lugares, extremadamente preocupante.
Un estudio epidemiológico realizado por MSF en septiembre de 2018 mostró que el 8.2 por ciento de los niños que llegaron a Bama desde mayo de 2018 sufrían de desnutrición aguda grave y el 20.4 por ciento tenía desnutrición aguda global, ambos muy por encima del umbral de emergencia. Estas tasas alarmantes probablemente reflejan las condiciones de vida desesperadas y las necesidades agudas de las personas que viven en áreas inseguras que las organizaciones de ayuda no pueden alcanzar.
“La emergencia en el noreste Nigeria está lejos de terminar. Las cifras nutricionales que encontramos en Bama en septiembre de 2018 no son muy diferentes, si no peores, que cuando se hizo público el crítico estado nutricional de la población de Borno, hace un par de años”, dice Eguiluz. “Ahora no es momento de reducir la asistencia humanitaria de emergencia en Borno. La gente esta extremadamente dependiendo de la ayuda para sobrevivir y actualmente estas necesidades básicas siguen sin ser satisfechas. La población sufre a diario las consecuencias del conflicto y es vital garantizar que ellos tengan al menos asistencia básica, especialmente en las áreas por fuera de Maiduguri”.