«Mi hija de 10 años decidió seguirme cuando fui a visitar a un amigo en el hospital. Se las arregló para salir sin que nadie la viera de casa de mi hermana y se subió al autobús. Pero nunca me encontró. En lugar de eso, recibí una llamada de la policía: mi hija había sido raptada y violada por un desconocido. No podía dejar de llorar. Lo que había arruinado mi vida cuando tenía 21 años le había sucedido a mi hija también».
Betty* es una de las pacientes que reciben atención en el Centro de Apoyo Familiar del Hospital General de Port Moresby, el hospital más grande de Papúa Nueva Guinea. Hace dos meses que Médicos Sin Fronteras (MSF) facilitó a la hija de Betty la atención de emergencia que los supervivientes de este tipo agresiones requieren. Tanto Betty como su hija reciben ahora atención psicológica tras las violaciones de las que fueron víctimas con casi 15 años de diferencia.
«No debemos olvidar que la violencia es una emergencia médica que, a menudo, es pasada por alto», afirma Elisabeth Bijtelaar, coordinadora general de MSF en Papúa Nueva Guinea. «El tratamiento para prevenir la transmisión del VIH debe comenzar dentro de las 72 horas transcurridas tras una violación. Nuestro objetivo principal es facilitar inmediatamente cinco servicios médicos esenciales: tratar las heridas y lesiones graves, proporcionar primeros auxilios psicológicos, prevenir enfermedades de transmisión sexual, vacunar contra la hepatitis B y el tétanos y facilitar anticonceptivos de emergencia para evitar embarazos no deseados».
La violencia familiar y sexual, en particular contra las mujeres y los niños, es demasiado común en Papúa Nueva Guinea. En noviembre del año pasado, MSF coorganizó una conferencia que, por primera vez, reunió a actores estatales y ONG que trabajan en los ámbitos de la medicina, el derecho, la justicia y la protección de las víctimas. Su objetivo era suscitar una respuesta integral en la asistencia a los supervivientes de la violencia familiar y sexual en Papua Nueva Guinea. Entre otros temas, los participantes trataron la ambición de mejorar los servicios existentes y crear nuevos centros de apoyo familiar en las provincias donde este servicio no existe todavía. MSF se comprometió a seguir apoyando este proceso con la formación práctica del personal de enfermería, que ya está en marcha en Maprik y Port Moresby.
En 2010, Raymond Pohonai, responsable del programa de Salud, decidió establecer un centro de apoyo a la familia en el hospital de distrito de Maprik: «Fue muy difícil. La mayor parte de nuestro personal no podía acercarse y ayudar a los supervivientes de forma adecuada antes de que MSF llegara. Elizabeth Baga, enfermera, coincide: Al principio, trabajaba a ciegas, no sabía qué hacer con los pacientes y muchos medicamentos específicos no estaban disponibles. Ahora me sentiría más segura gestionando el centro de forma autónoma si el Departamento de Salud nos asignara más recursos.
Los equipos de MSF recorren los mercados locales para informar a la población sobre los servicios prestados, haciendo especial hincapié en la importancia de que las víctimas de violencia intrafamiliar y la sexual acudan de inmediato en busca de atención. «La violencia no es un problema nuevo en Papúa Nueva Guinea «, explica Marilyn Yull, uno de los agentes comunitarios. «Vi a mis tías y primos enfrentarse al hecho de no poder encontrar ayuda, ni física ni emocional. Desde que empezamos a promover la conciencia sobre esta tema entre la comunidad, las mujeres saben que deben ir al Centro de Apoyo Familiar». Para su colega Dixon Lay: «la cultura melanesia estipula que los hombres son superiores a las mujeres y éstas no pueden decidir nada sin su consentimiento. Pero las cosas están cambiando. Yo mismo tengo una actitud diferente. Quiero ser un modelo a seguir para hombres y niños».
Con casi 20.000 supervivientes atendidos en Papúa Nueva Guinea desde 2007, MSF suministra una respuesta que pretende mitigar las graves consecuencias asociadas, por lo general con la violencia familiar y sexual. Pero las raíces siguen siendo complejas de abordar y se encuentran más allá de la medicina. «Muchos hombres quieren casarse por lo menos con dos o tres esposas y todavía piensan que las mujeres tienen que quedarse en casa cuidando a los niños y los cerdos», explica Nerty, otra víctima de violencia. «Me enteré de que mi marido estaba con otra mujer y traté de detenerlo, me dio una patada y me dejó un ojo amoratado».
Tessi Soy, responsable del departamento de Trabajo Social en el Hospital General de Port Moresby, transmite una honda preocupación: «Lo que realmente me asusta hoy en día es la edad, tan joven, de las víctimas de violencia sexual. Las niñas necesitan saber que la violación nunca es culpa de ellas, y que pueden en el futuro ser quienes quieran que decidan. Los padres también pasan por un momento muy sensible tras los abusos sufridos por su hijo y, a veces, quieren matar a los responsables por lo que tratamos de convencerlos de que recurran a un sistema legal justo. Necesitamos ser muy activos en la generación de conciencia para proteger a nuestros niños».
* Nombre modificado para preservar su identidad