Me siento con ganas de dar saltos, de bailar y gritar, exclama Linda Vilakati. Ha sido un viaje largo y difícil pero he llegado al final. Linda es uno de los 55 pacientes que lo celebran con canciones, sonrisas y lágrimas en el hospital de Mankayane en Suazilandia. Linda tiene 48 años, pero la más joven de la fiesta tiene tan solo tres. Son el primer grupo con tuberculosis multirresistente a los medicamentos (MDR-TB) que han terminado un duro tratamiento de dos años de duración en el proyecto de MSF en Mankayane, que la organización gestiona con el Ministerio de Sanidad de Suazilandia.
Linda agita un certificado en el que pone: Aunque el tratamiento ha sido largo y penoso, al final lo he conseguido porque valoro mi vida y mi salud es lo primero.
Linda empezó el tratamiento para la tuberculosis (TB) en 2010, pero dos años más tarde había empeorado en vez de mejorar, y fue diagnosticado con MDR-TB, una cepa de la enfermedad que es resistente al tratamiento con los medicamentos habituales. Los únicos medicamentos actualmente disponibles para la MDR-TB son muy tóxicos, y pueden tener graves efectos secundarios.
Tras seis meses de inyecciones empecé a tener problemas en los oídos, explica Linda. Lo que empezó como un zumbido se convirtió en una sordera parcial del oído derecho y total del izquierdo. La sordera causada por los medicamentos es irreversible, pero Linda ha aceptado que, con los medicamentos actuales, no le quedaba otra alternativa si quería mejorar.
Perder el oído fue muy difícil para mí, añade Linda, pero intenté ser positivo y decirme a mí mismo que los médicos sabían lo que hacían. Finalmente acepté que ese era el precio que tenía que pagar por mi salud.
Los problemas de audición de Linda no eran sus únicas penurias. Solo deseaba que el tratamiento no fuese tan largo, afirma. No es fácil tomar 15 tabletas que te sientan mal cada día durante los dos años que dura el tratamiento. Las cosas empeoraron por el hecho de que Linda se vió obligado a dejar de trabajar cuando su salud se deterioró. Sin dinero, apenas tenía suficiente comida, y le resultaba doblemente difícil tomar la medicación con el estómago vacío. Durante este tiempo, él y su mujer dependieron de lo que les daban sus vecinos y de la ayuda de MSF.
Además de atención médica, MSF le proporcionó cestas de comida y billetes de autobús al hospital. Linda también recibió apoyo psicológico de parte de un asesor de MSF, y visitas de una persona encargada de prestar apoyo comunitario que ayudó a motivarle para cumplir con el tratamiento hasta el final. El equipo móvil de MSF también hizo visitas a domicilio para ayudar en el control de infecciones. A veces el equipo añade una ventana adicional y más puertas en la casa del paciente para incrementar la ventilación, y otras veces pueden construir una habitación adicional para reducir el riesgo de infectar a los demás miembros de la familia.
Debo mi vida a los equipos de MSF, concluye Linda. Se ocuparon de mí. Incluso hablaba de su coche como mi coche porque siempre que venía a visitarme sabía que traería esperanza, salud y ayuda. Siempre que veía mi coche todas mis preocupaciones y frustraciones desaparecían.