Cuando nuestro Coordinador de Proyecto me preguntó si iría con él a un viaje de promoción de salud a las distantes comunidades de Mpati y Bibwe, me entusiasmé mucho.
Me venía bien un cambio de aire en Mpati y Bibwe, dos pequeñas ciudades ubicadas al noroeste de la República Democrática del Congo.
Debido a las condiciones de los caminos, por muchos meses no pudimos realizar el viaje. Sin embargo, estos viajes a comunidades remotas son, en mi punto de vista, la experiencia de MSF por excelencia.
Haciendo propio el mantra «ver algo, hacer algo, enseñar algo» del aprendiz médico, los viajes de promoción de salud me permiten viajar con el personal local de MSF a comunidades aisladas, supervisar su atención médica y ayudar en lo que pueda brindando orientación para mejorar el tratamiento en áreas remotas.
Las motos
Cuando partimos hacia nuestra misión éramos un pequeño grupo: dos jeeps y seis motos, un modelo intermedio entre una moto de cross y una motocicleta estándar, perfecta para manejar los caminos sinuosos, cubiertos de lodo y engañosos.
Por el contrario, los jeeps fueron una carga más que una ayuda. Cuando llegamos a la ciudad de Kalengara, se habían trabado dos veces. Tuvimos que palear, correr ramas y utilizar un cable de metal para arrastrar un Jeep con el otro Jeep.
Por esta razón, la motocicleta se convirtió rápidamente en mi vehículo de preferencia.
Finalmente todos llegamos a Kalengara, una ciudad sobre colinas verdes, donde descargamos los suministros de los jeeps. El equipo cargó rápidamente las motocicletas con las cajas del alimento terapéutico preparado, un suplemento a base de maní utilizado para tratar la desnutrición, líquidos intravenosos y medicamentos.
Mi mochila estaba cargada con un maniquí de plástico y un resucitador, una bolsa con forma de globo y una máscara, que se usa con un muñeco para instruir a las enfermeras de las comunidades sobre cómo mejorar la atención neonatal cuando los bebés nacen incapaces de respirar por sí mismos.
Mi motocicleta estaba repleta de cajas, ni siquiera quedaba lugar para mi mochila, así que la llevó mi conductor, Mucandirwa, en su pecho.
Fui honrada con el casco más grande. Tenía un protector arqueado para la cara que sobresalía, todo el artefacto se deslizaba y frecuentemente chocaba con el casco de Mucandirwa cuando avanzábamos.
Caminos repletos de barro
Cuando comenzamos, agarrada a la espalda de Mucandirwa, me prometí a mí misma que no iba a dar grititos mientras nos sumergíamos en los terraplenes para atravesar riachuelos sembrados de piedras, avanzando sobre afloramientos de roca ígnea y derrapando en montañas de barro.
En un momento giramos violentamente sobre una roca pantanosa, no pude evitarlo y salté de la parte posterior del corcel metálico ¡Mucandirwa estaba avergonzado de que la Mamá se saliera de la moto! De ahí en más tuve que viajar acomodada firmemente entre su espalda y las dos cajas, ya no había forma de salir de allí.
Nos movimos hacia adelante y hacia arriba, nos tambaleamos, giramos, nos resbalamos… y finalmente, cuando ya no podía soportar otra sacudida que me rompiera los huesos, aterrizamos en la última colina hacia Mpati.
El minuto dorado
Un nuevo mundo me esperaba. Un mundo con caras amigables, apretón de manos cálidas y bienvenidas afectuosas.
No habíamos podido viajar a Mpati durante siete meses, y nuestra llegada le mostró a toda la comunidad que MSF seguía apoyando el centro de salud con materiales, suministros y educación.
Después de una breve reunión, me dieron 90 minutos para enseñarle al equipo de atención médica sobre la reanimación neonatal. Al final de la sesión, mi equipo estaba practicando su «minuto dorado», que es el momento en que un recién nacido debería estar respirando. Trabajaron juntos para estimular y comenzar la ventilación con una bolsa de aire, lo que debe hacerse si el bebé no llora.
También practicamos masaje cardíaco (también conocido como RSP) y hablamos sobre la atención posterior a la reanimación.
Dejé al equipo con dos «pingüinos», que son los nombres de nuestros bulbos de plástico utilizados para succionar el moco espeso y una copia del protocolo de reanimación. Pero, lo que es más importante, los dejé con la experiencia práctica para poder proporcionar ventilación en el primer minuto de vida.
Pasamos la noche en la casa de MSF, en lo alto de una colina, donde se puede ver el centro de salud. El aire estaba fresco y frío, y sin contaminación lumínica, las estrellas eran tan brillantes que sentí que podía extender la mano y tocarlas.
Bibwe y vuelta al hogar
Al día siguiente, volvimos a subir, bajar y girar para llegar al centro de salud en Bibwe y tener una visita de dos horas.
Fue un viaje en motocicleta de dos horas hasta Bibwe y luego más de cuatro horas hasta nuestra base en Mweso.
Ya no me parecían una novedad los empujones y golpes en la parte posterior de la moto. Cuando volvimos a la base nos recibieron como héroes que regresaban, con abrazos, risas y cálidas bienvenidas.
Estábamos, todos y cada uno de nosotros, sucios por el barro y doloridos por las motocicletas, pero teníamos grandes sonrisas en nuestras caras por haber completado nuestra misión de promoción de salud.
«Bienvenida, Dra. Lanice» gritó uno de nuestros compañeros.
«No soy más Dra. Lanice», respondí. «¡Mi nuevo nombre es «¡Moto Mama!»