En agosto de 2017, 700.000 personas comenzaron a huir de una violencia terrible en Myanmar, marcando el mayor éxodo en la historia reciente. Hoy, casi un millón de refugiados rohingyas viven en precarios asentamientos improvisados en el sureste de Bangladesh. En medio de la emergencia, llegaron organizaciones internacionales, se construyeron centros de salud y se crearon puntos de distribución.
Pero, ¿cuánto saben realmente sobre los refugiados las organizaciones que prestan ayuda?
«En julio de 2018, llevamos a cabo estudios epidemiológicos en dos campos de refugiados en Cox’s Bazar, Bangladesh. El objetivo era conocer las tasas de natalidad y mortalidad, los niveles de desnutrición infantil y cuáles son las principales enfermedades en las comunidades», explica María Simón, coordinadora de emergencias de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Bangladesh. «También queríamos saber si las personas estaban utilizando nuestras estructuras de salud y lo que les disuadía de ello en caso contrario».
Los hallazgos de las encuestas llevaron a nuestros equipos a abrir una nueva clínica móvil en un gran asentamiento en el que las largas distancias y las condiciones del terreno, particularmente durante la temporada de lluvias monzónicas, estaban dificultando el acceso a servicios médicos.
Los hallazgos se lograron gracias a la rápida centralización de los datos a través de una aplicación instalada en los teléfonos inteligentes utilizados por los equipos de MSF que visitaron los hogares.
Superando obstáculos
«Es importante que tratemos de superar los obstáculos que afrontamos cuando brindamos asistencia médica», dice Silvia Moriana, directora de Innovación y Transformación de MSF en Barcelona. «Por ese motivo nos esforzamos constantemente en encontrar nuevas ideas y formas de hacer nuestro trabajo de la manera más eficiente posible». En el caso de Bangladesh, la tecnología fácil de usar permitió una recolección de datos más consistente.
La tecnología se ha vuelto cada vez más importante para MSF en los últimos años.
Se aplica en proyectos de eSalud como la telemedicina para superar barreras geográficas y aumentar la disponibilidad y la calidad de los servicios. La tecnología también se utiliza para mapear mejor áreas a menudo muy inaccesibles a través de imágenes satelitales y de drones.
Sin embargo, el uso de la tecnología conlleva limitaciones en una organización que ha triplicado el presupuesto en una década y actualmente opera en alrededor de 70 países en todo el mundo, con una fuerza de trabajo de 42.000 empleados.
«La primera fase de la implementación de proyectos de tecnología requiere muchos recursos y desencadena resistencia. Solo tiempo después podemos ver los beneficios», explica Conor Prenderville, jefe del equipo Apps4Ops (Aplicaciones para Operaciones) de MSF en España, que se creó el año pasado para aumentar la participación de la tecnología en la misión de proporcionar atención médica.
«El uso de la tecnología puede afectar negativamente a nuestra proximidad con los pacientes, por lo que debemos tener cuidado y equilibrar su uso. Necesitamos hacernos preguntas éticas difíciles. Las tecnologías que utilizamos y promovemos como organización deben estar alineadas con nuestros principios».
El objetivo final, agrega Prenderville, es que al poner más tecnología al servicio de nuestras operaciones «habrá una mayor huella médico-humanitaria en el terreno», de la misma manera que aprovechamos nuestros recursos humanos y financieros hoy, en contextos afectados por crisis, desastres naturales y conflictos.
Adaptarse al contexto
Más allá de la tecnología, experimentar con herramientas existentes o adaptadas y fomentar el planteamiento de problemas para buscar soluciones también ayuda a comprender y a ayudar mejor a las poblaciones necesitadas.
Por ejemplo, nuestro equipo en Gwoza, en el noreste de Nigeria, convirtió en ambulancias los populares motocarros, conocidos allí como keke-napeps, porque los vehículos más grandes como automóviles estaban restringidos por los militares debido al conflicto.
En este contexto volátil, MSF desarrolló también una herramienta alternativa para cocinar: briquetas.
«Al abandonar los enclaves controlados por el ejército para buscar leña, las personas se exponían a ataques, secuestros o abusos sexuales», dice Ana Santos, jefa de la Unidad de Desplazamiento, un departamento con sede en Nairobi que se concentra en brindar asistencia a las personas desplazadas.
Las briquetas son bloques de combustible fabricados mediante el uso de una prensa con residuos bío, como corteza de caña de azúcar o cáscaras de cacahuete, mezclados con papel.
«Hoy, alrededor de 600 hogares han reemplazado la leña por briquetas y muchas más personas de la comunidad están replicando el proceso por sí mismas», dice Ana Santos. «Esto mantiene a las personas más seguras».
Aprendiendo de los errores
«La iniciativa de las briquetas es un buen ejemplo centrado en el ser humano. El desafío es cómo replicar algo que funciona en un lugar a otro», dice Silvia Moriana. Agrega que el riesgo de fracaso siempre está presente en todas las iniciativas.
«Si no cometes errores, no estás innovando. Tienes que aprender algo en el proceso».
Por ejemplo, antes de la temporada del monzón de este año en Bangladesh, el departamento de Innovación lanzó un concurso con diseñadores para recibir propuestas para desarrollar una camilla especial que funcionara en campos de refugiados embarrados, con difícil movilidad reducida y un gran volumen de casos de cólera.
«Los diseñadores aportaron ideas, algunas de ellas originales, en un plazo muy breve, pero ninguna de ellas fue totalmente satisfactoria», dice Silvia. «Al final, necesitas adaptarte y hacerte la pregunta: ¿hay un valor agregado en el impacto de la solución propuesta en comparación con la existente? ¿Mejora el trabajo médico, la experiencia del paciente o el conocimiento de la situación?”
La respuesta no siempre es fácil.