Por Raquel Simakawa, doctora de Médicos Sin Fronteras en São Paulo (Brasil).
“Siento mucho estar causando tantos problemas”, parecía querer decirme aquel señor. Su leve hilillo de voz a duras penas lograba atravesar la mascarilla que llevaba puesta, así que me entraron dudas de si habría oído bien.
Me incliné sobre la mesa para poder escucharle mejor y le pedí con un gesto que por favor me hablase un poquito más alto. «Siento haberte dado tanto trabajo», me dijo esta vez de manera bien clara, aunque con una voz igualmente apagada y débil.
Contuve la respiración por un segundo y me quedé observándole. Tenía algo más de 60 años y presentaba el típico silbido de las personas que tienen saturación de oxígeno por debajo del 90%.
Llevaba tres días así, entre idas y venidas al servicio de urgencias del hospital, donde no dio con nadie que quisiera tratarlo con dignidad y donde se empeñaron en darle de alta una y otra vez, a pesar de que claramente necesitaba ser hospitalizado y, al menos, recibir oxígeno.
Este hombre es uno de los más de 50 pacientes a los que estamos atendiendo actualmente en uno de los refugios de emergencia de São Paulo donde trabajamos. Son espacios creados para que las personas que presentan síntomas leves de COVID-19 puedan aislarse de los demás.
En Brasil, como sucedió en España durante los peores días de la pandemia, se recomienda que los casos leves permanezcan aislados en casa y que acudan en busca de atención médica ante cualquier signo de empeoramiento, como el que este señor presentaba.
En cualquier caso, para algunas personas estas recomendaciones son extremadamente difíciles de seguir, ya que muchos de los que vienen aquí no tienen hogar.
Es el caso de mi paciente y de unas 24.000 personas más en la ciudad de São Paulo. El último censo, realizado en 2019, revela que el 85% son hombres, más del 65% son negros y casi la mitad, concretamente el 46%, tienen entre 31 y 49 años. De estas 24.000 personas, 386 se declararon transexuales, una población que además de enfrentarse a la exclusión social, sufre, entre otras muchas dificultades, una alta prevalencia de tuberculosis, lo que les hace especialmente vulnerables a la COVID-19.
Las clásicas recomendaciones de lavarse las manos y guardar una distancia mínima con otras personas son muy difíciles de seguir para muchas de las personas que atendemos. Cuando duermes en la calle o en un albergue para personas sin techo, compartiendo un espacio cerrado con, como mínimo, cuatro o cinco personas más, el autoislamiento puede llegar a ser una quimera. Ellos también se enfrentan a la negligencia y a los prejuicios de nuestra sociedad.
Si antes de la pandemia ya eran invisibles a los ojos de muchos, ahora su situación se ha agravado aún más. Y esto a menudo se refleja claramente en la atención que reciben por parte del sistema de salud público.
En Brasil el coronavirus, que ya ha dejado un mínimo de 55.000 víctimas mortales, no es lo único que está causando un enorme sufrimiento. El COVID-19 no es el único “enemigo al que hay que combatir en primera línea”, como escucho a menudo decir mucha gente, a través de analogías con la guerra y con los superhéroes que para mí resultan bastante cuestionables.
Aquel hombre que estaba sentado frente a mí demuestra claramente que en mi país hay muchos otros villanos, incluida la desigualdad social y económica.
¿Qué hace que una persona mayor, enferma y sin hogar sienta que está causando “molestias” a los profesionales sanitarios que solo hacen el trabajo que les corresponde hacer?
Este episodio me hace pensar que no solo nosotros, los profesionales de la salud y de otros sectores que estamos luchando para reducir los efectos de la pandemia, deberíamos estar en primera línea de frente. La verdadera línea de frente tiene que ser ocupada de una vez por todas por la comunidad global. Es hora de luchar unidos para crear una sociedad más justa e igualitaria en la que no se excluya a nadie y en la que se trate a las personas con la dignidad que merecen.
Por mi parte, respiraré de nuevo y trataré de explicarle con respeto y con cariño a aquel señor y a todos los que vengan que recibir cuidados es su derecho, que aquí no molestan a nadie”.
Artículo originalmente publicado en el Huffington Post.